—Vaya, quedaron preciosos. —Mis más sinceras felicitaciones fueron dirigidas a los diez soldados y a la mujer que me acompañó en la cocina, por un momento llegué a pensar que nos midieron el tiempo, ya que avisaron que terminaron justo cuando salí del baño junto a Moros para vestirme.
—Quiero uno. —Pidió el albino a un lado de mi, sosteniendo de mi cintura para que no caiga.
Y agradezco por ello, mis piernas aún no recuperan las fuerzas necesarias para caminar por ellas mismas.
—Está caliente, te puede hacer daño en el estómago. —Di un mordisco a la tarta con tal de probar que tal quedó, dando varios asentimientos con mi cabeza cuando el sabor dulzón del relleno se esparció en toda mi boca en conjunto a los pequeños granos de la fruta, que explotaban cada vez que los mordía.
—¡Y por qué tú puedes comer y yo no! —La expresión de Moros se distorsionó, dolido de que yo si pueda probar el dulce y el no.
—Soy la chef. —Afirme, terminando el dulce con otro bocado. —Déjenlos enfriar, mañana