El funeral de la señora Penélope fue al día siguiente por la mañana. Extrañamente el día no se veia triste, ya que el sol se alzaba con toda su gloria en el cielo y derramaba unos potentes rayos de luz sobre la piel de todos los presentes.
Por lo general en los funerales siempre suele haber lluvia, el cielo está cubierto por gruesas nubes que no permiten ver la luz del sol y solo sumerge a las personas más en la tristeza.
Hoy era todo lo contrario. Aunque lo más seguro sea yo quien vea el día así, no quería que me alegré la muerte de esa anciana. Pero era inevitable que fuera así cuando antes de su muerte tuvo el atrevimiento de insultarme con tanta osadía.
Quizás hasta murió por mi culpa. Es un detalle que quizás nunca voy a lograr a ciencia cierta. Ya que lo más probable es que esa pobre anciana no aguanto mis respuestas groseras, no soporto que una mujer como yo se rebelara ante el mandato de los ancianos sobre nuestras cabezas y pensó que era mejor irse de este mundo.
Pero, tengo que ser sincera conmigo misma. No me interesa para nada saber si murió por culpa de mi osadía al responder sus insultos o no.
—Mi sentido pésame, Gutiérrez. —Me acerqué al destrozado joven. La pérdida de su madre le afectó demasiado, algo completamente entendible ya que fue la mujer que lo trajo al mundo y le dio una vida llena de lujos y gozo, como todo varón merece.
Aunque era un sentimiento que no comprendere jamás, me atrevo a decir. Ya que mi amor por mi madre no es tan inmenso, no después de que me trajo a este mundo solo a sufrir y a vivir como una pordiosera con un marido desgraciado.
—Muchas gracias Idalia, en serio valoro que estés aquí. Mamá te quería mucho. Pensaba que eras una mujer ejemplar, y adoraba tus ensaladas.
Claro.
Esas palabras irónicas para mí me llevaron a ver a mi alrededor, tratando de distraer mi cabeza del hecho de que la señora Penelope se debe estar retorciendo en su tumba al saber que la mujer que le fue infiel a su marido enfermo está en su funeral, probando de la cazuela de atún que sirvieron y degustando algo de pan fresco que regaló el panadero a la desalentada familia. Y claro, no puede faltar un buen café para acompañar tan delicioso pan fresco y con corteza crujiente.
Y me debe estar llamando de todas las formas posibles. Perra, prostituta, puta.
Y la verdad, no me arrepiento para nada de todo eso.
Si fuera por mí, volvería a hacerlo.
Hasta en el lecho de muerte de mi esposo lo haría, para burlarme de lo miserable que es y será por el resto de su vida.
Esos pensamientos me llevaron a otros, donde me hacían cuestionarme si debía de volver a invitar a Raphael a casa a pasar el rato. Ese pensamiento me hizo divagar un poco.
Solo un poco, ya que si hubiera estado divagando por completo no me habría dado de cuenta de la figura que se extendía a tan solo unos metros de mi. Una figura cubierta por una gran túnica negra con bordados que parecían ser grabados muy antiguos.
Una figura imponente, misteriosa...
Y fue cuestión de tiempo para darme de cuenta de que recordaba a la perfección esa inminente presencia, ya que vi su sombra a través de la ventana y desde ese día creí que me había vuelto loca. ¿Como no pensar así de mí misma?
Si desde esa primera vez que lo vi, fue el día que casi mataba a mi propio esposo con tal de que me dejara en paz.
Ya que desde ese día no dejo de estar rodeada por todo lo relacionado con el fin de nuestra vidas, no dejo de ver larvas en la comida de mi esposo el cual incluso hasta comenzó a enfermar a tal grado que pensé que el moriría por ello, pero no parece ser así. Su recuperación es algo que me quita la alegría en todo momento.
Y hoy lo vuelvo a ver en el funeral de la señora Penelope, la última despedida a esa mujer que en nuestro último tiempo juntas solo se dedicó a insultarme y despreciarme.
A la muerte.
Nadie más parecía verlo. Un presagio que lo más seguro me anunciaba que mi muerte también era próxima y que acabaría por ir al infierno por desear la muerte de mi esposo y alegrarme de la de Penélope.
Eso no podría importarme menos.
Ya que después de haber tenido la dicha de experimentar aunque sea una vez en mi vida lo que es el verdadero placer y hasta el amor. Me siento preparada hasta para morir mañana si así me toca. Bienvenida sea la muerte y todo lo que convenga con ella, ya que al menos no moriré arrepentida. Viví estos últimos días de mi vida con gustó y solo era una cobarde que no sabría si el día de mañana sería otro gusto más, o solo otro día de infierno en la tierra.
Pero la muerte no vino por mi. Claro que no.
Vino por el alma del joven muchacho que aún lloraba a mares a su madre, muchacho que se desplomó a mi lado después de tocar el lado de su corazón con desesperación.
Murió de tristeza. Un corazón roto por la pérdida de esa persona que más amabas en tu vida.
Abandonó este mundo en el propio funeral de su madre. Y yo tuve la dicha de ver como la muerte ayudaba a esa alma en pena a levantarse del suelo, un acto bondadoso que me llevo a ver cómo se asomaba un pequeño mechón de cabello color blanco.
Bonito, llamativo en medio de esa túnica de color negro.
Un detalle que no observe tanto como deseaba, ya que la muerte terminó por irse junto al alma del muchacho. Una acción que hizo con una pequeña anomalía, ya que lo vi dudar en mirar atrás. A no ser que solo sea otra de las tantas locuras de mi cabeza.
Y a mi alrededor solo quedo el caos, a comparación de esa alma que se fue en paz al saber que al fin estaría con su madre de nuevo. Un amor que se compartiría por la eternidad, pero no el típico amor carnal de las parejas.
Si no el puro amor de una madre e hijo, que siempre estuvieron fue únicamente el uno para el otro por toda la vida.
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En el funeral de la señora Penelope, sirvieron para comer cazuela de Atún.
Era el plato favorito de la mujer, y me imagino que en el funeral de su hijo servirán lo mismo. A pesar de que no planeo asistir, al menos no está vez.
Y ahora, me encuentro en mi cocina. Preparando una cazuela de Atún para la cena de Rayn. El es conocedor de que en el funeral sirvieron cazuela de Atún, hice la mención antes de ir allí y ahora me veo obligada a cocinarle esa cazuela por que le traje directamente del evento.
Además, acompañe la cazuela con algo de café y pan.
Ya que siempre sirven en los funerales lo mismo. Café y pan.
Al ya estar toda esa comida lista fui a la habitación a dejarla. Siendo recibida por la gran cantidad de animales en la habitación.
De nuevo la naturalidad de Rayn era cuestionable, dejando en claro que yo era la única capaz de ver esa asquerosidad que lo rodeaba.
Pero tampoco era la mejor esposa en cuestión, ya que debería de decirle que su cuerpo permanecía rodeado de esos animales. Pero a este punto supongo que no es importante.
No cuando ahora, su estado era peor que el de ayer por la mañana. Un estado lamentable, tan pálido que podría jurar que solo es un cadáver sobre la cama.
—Toma. La cazuela de atún que sirvieron en el funeral de la señora Penelope. —Le extendí la bandeja con comida, viendo como mi esposo me miraba con extrañeza.
—Pense que no me traerias nada. —Tomo la bandeja, dedicándome una sonrisa. —Gracias amor. Te amo.
Que gran hipocresía.
Nunca dice nada así. Me atrevo a decir que en estos seis años de matrimonio siempre que la palabra te amo sale de sus labios es para manipularme o hacerme sentir mal. Nunca lo hace de forma genuina.
Pero me tocaba aceptar ello. O al menos pensar que es así, ya que desconozco si habla así por lo lamentable que se siente y el pensar que está a punto de morir. Haciendo esto con la esperanza de que la muerte perdone todo lo que hizo en vida y le permita descansar en paz.
En serio su fé es muy grande.
—Yo también.
Salir de la habitación fue una cuestión de segundos. Ya estando fuera lo único que me quedaba hacer era...
Simplemente esperar.
Baje por las escaleras de la casa y comencé a buscar todo rastro de dinero que quedara, todas las monedas que gane gracias a las comidas que servi a Raphael en su momento. Las monedas que encontraban abajo del sillón o hasta tiradas abajo de la alfombra.
Trate de reunir todo, colocarlo en una bolsa y esconderlo bajo un tablón de madera en el suelo.
No se cuanto tiempo tarde en hacer eso, quizás no mucho. Solo sabía que aún debía esperar más cuando escuché desde el salón a mi esposo toser, quizás fue una espina de pescado que quedó atascada en su garganta.
Si, debía ser eso.
Fui a la cocina y comencé a guardar los ingredientes en sus respectivos lugares, comenzando a prepararme un nuevo café y a meter a calentar un pan de chocolate en el horno.
Al ya estar listo todo, dejé mi pan en un plato y servi mi café en una taza. Yendo directamente hacia el salón, en donde me senté a comenzar a comer.
Di el primer bocado a mi pan.
Y de nuevo escuché a Rayn toser.
Di un trago a mi café.
Y de nuevo comenzó a toser.
Al parecer en verdad el atún quedó con unas cuantas espinas. O eso pienso.
Supongo que al carnicero se le olvidó sacar alguna de esas espinas.
Mire la hora, eran casi las diez de la noche. Hoy extrañamente Raphael no vino a almorzar, mucho menos a desayunar. Debo suponer que está algo ocupado o que quizás no vino por que yo no estuve en casa, si no en el funeral.
Vaya desperdicio de tiempo.
Mire un poco mi pan, con miga seca después de haberlo dejado en el horno para que vuelva a estar suave.
Le di otro bocado.
Y de nuevo el enfermo hombre en el segundo piso comenzó a toser.
Otro bocado a mi pan.
Y de nuevo comenzó a toser.
Parecía una rutina, una especie de coro que se repetia cada tanto y destruía el silencio de este lugar que hacía llamar hogar.
Coro que fue interrumpido cuando a duras penas lo escuché gritarme que le lleve agua.
Decidí ignorarlo, dando otro bocado a mi pan.
Ya casi me lo acabo, una completa pena.
Sabía que debía de haber horneado al menos dos.
—¡Idalia! —Volvio a gritar mi esposo, con una voz ahogada.
Solté un suspiro pesado y me levanté de mi lugar, fastidiada. Llevando conmigo mi pan y mi taza de café, ya que no las dejaría abandonada a su suerte.
Y me encamine al cuarto de mi esposo. Entre como suelo hacer y solo me senté.
—Tienes café, no me pidas agua. —Hable con fiereza, estampando mi taza contra la madera de la mesa con cierta rabia.
No me inmute en ese rostro asustado, preocupado como si fuera consiente de que algo está a punto de pasar.
Tome otro trago de café.
—Idalia... —Le dedique una mirada apoderada por la rabia de una mujer que aguanto por años su abuso y maltrato. Simplemente unos ojos que solo eran capaces de mirarlo con desprecio y dejando en claro una abvertencia de que sus sospechas si son ciertas.
Debes preocuparte mucho, Rayn. Por que todos esos años que sufrí bajo el manto de tu matrimonio no quedarán en el aire.
—¿Recuerdas nuestra noche de bodas? —Termine por hablar, seca como un pan viejo y duro después de llevar días almacenado en la cocina.
—Yo-
—Come. —Ordene, viendo como se lleva otra cuchara de comida a la boca. Obligado por mi mandato y su nueva debilidad a mi fortaleza. —La noche de nuestra boda. Recuerdo perfectamente como me mirabas con desprecio, disgustado por que no era la mujer con la que deseabas casarte.
—Oye, Idalia, escucha.
—Callate y come. —Su pavor no fue contenido, eso fue un hecho claro cuando su mano comenzó a temblar con fiereza. —Me escupiste a la cara en mi propia boda que era una mujer espantosa, que jamas llegaría a los talones de esa mujer que amabas. Me hiciste menos, me despreciaste... Y me obligaste a ir contigo a la habitación en donde pasaríamos nuestro primer lecho matrimonial.
Di otro mordisco a mi pan.
Y me regocija del horror en su mirada.
—Te rogué que fueras más delicado, te abverti que tu mano en mi brazo me lastimaba pero me ignoraste como si fuera un simple perro a tu merced. Y mi primera noche de bodas, en vez de sentir el gozo de lo que se supone que te proporciona el matrimonio; Estuve toda una rogando a mi marido para me soltara por que me mataba por dentro. —Aprete mis manos. —El primer día que estuve casada y a solas con un hombre fui violada como si no valiera nada. Y por todos estos años que estuve a tu lado, de mi cabeza no salió ni por un segundo que yo no valía nada. Eso fue lo que lograste, eso fue en lo que me convertiste.
—Idalia, cállate.
—¡No! ¡Cállate tú! ¡Por que hoy es el maldito día en donde al fin me escucharás! —golpee el posa brazos de la mesa con furia.
Y el se sobre saltó, a tal punto que los restos de la comida terminaron por regarse.
—¡Rayn, eres un miserable! ¡Y cada día de mi vida te he odiado con cada parte de mi ser por que volviste mi vida un infierno! ¡Porque me obligaron a casarme contigo y tu cada día de tu vida solo te dedicaste a hacer que cada pizca de odio en mi ser, fuera dirigido a mi misma! ¡Cuando a la única persona que debería de haber odiado todos estos años es a ti!
No me respondió, quizás muy atónito por mi repentina actitud. La descarga de tantos años de sufrimiento, el simple cansancio de seguir siendo nada en la vida cuando puedo serlo todo.
El deseo del cambio. Inevitable no desearlo cuando ya conocí a alguien que es capaz de volverme su todo, teniendo en casa a un hombre que siempre me hizo nada.
—Y ahora lo hago. Todo ese odio que creció hacia mí misma ahora tiene tu nombre. Y todos esos años que trabajaste en rebajarme, se perdieron. Tu trabajo de porquería se perdió. —Agarre algo de aire. —Por que tú maldita esposa a la que odiaste por tantos años, ahora tiene a otro hombre en su vida que en verdad la hace sentir mínimamente querida.
La sorpresa en su rostro fue grande, un gozo para mí que solo fue en aumento cuando el abrió su boca para dedicarse a gritarme. Lo único que era capaz de hacer, ya que su cuerpo carecía de fuerza para levantarse.
Un hecho que quedó demostrado cuando trato de levantarse de la cama y sus brazos le fallaron a su favor, ya que terminó por caer contra el suelo como un simple pedazo de m****a.
—¡Joder! ¡Maldita perra! ¡Ayúdame a levantar!
—¿Pero quieres saber la mejor parte? —La burla hizo eco en la habitación, una combinación perfecta con mis acciones ya que solo miraba a mí alrededor con una sonrisa. Contemplado a todos los pequeños insectos. —Que por primera vez en años me sentí bien al estar con un hombre. Lo que tú no lograste hacer en seis años, lo hizo un hombre que conocí hace tan solo seis días. —Sonrei, finalmente viendo a mi esposo. —Y créeme que no me arrepiento de haberte engañado. Por que tuve el mejor sexo de toda mi maldita vida.
La órbita de sus ojos apenas era capaz de soportar a los mismos, es como si en cualquier momento se fueran a salir de donde se encontraban para rodar por el suelo.
Quizas su furia necesitaba abrir más espacio en su interior. Necesitaba tanto espacio que la única manera de desahogarse fue comenzando a soltar gritos.
Lo típico, insultos que escuchaba todos los días que compartía con el. Con la diferencia de que ahora me está diciendo que soy una perra regalada, que nunca fui una buena esposa y que al final ese otro hombre también me terminaría por abandonar cuando vea que soy incapaz de tener hijos.
Y quizás tenga razón, nunca lo voy a saber a menos que quede embarazada en algún momento de lo que me queda de vida.
—Calmate querido, no se por qué te alteras si solo es una pequeña cucharada de todo lo que me hiciste pasar.
Y de nuevo lo escuché gritar.
Un trago a mi café.
—Aunque... ¿Recuerdas lo que te dije la otra vez? Creo que no, me tocará recordarte.
Y lo escuché toser.
Mordi mi pan. Un bocado que me trague antes de voltear a verlo, fijándome directamente en esos ojos que imploraban por ayuda. Al parecer la furia paso a segundo plano en cuestión de segundos.
—Seras un mejor esposo al estar muerto.
Y cuando termine mi pan.
No escuché nada.
Al parecer ya se quedó tranquilo.
Supongo que el ingrediente especial en la cazuela de atún lo dejo bastante tranquilo, después de todo, el arsénico hace sus milagros.
Y aún así fue duro de roer, ya que desde su desayuno las dosis de arsénico se encontraron presentes. Incluso en su almuerzo, el cual lo dejé emplatado antes de irme al funeral.
Y no fue hasta las 10:25 de la noche y después de observar cómo esos ojos se quedaban totalmente abiertos, mirándome de forma fija, llenos de completo horror y rabia.
No fue hasta ese momento que me permití soltar un suspiro lleno de alivió.
Alivio que desapareció por completo en cuestión de segundos, ya que la puerta de la habitación abrirse me dio la abvertencia de un recién llegado.
Voltee a verlo, solo para darme de cuenta...
De que la muerte ya llegó a mi morada.