¿No es extraño?
Es decir. Si lo es.
¿Como es posible que un hombre en contadas horas de un día, sea capaz de mostrarme el verdadero significado de caballerosidad?
Ya que en 6 años que llevo de casada, siendo lo que cualquier hombre llamaría la mujer ideal. Sumisa, siempre atenta, dulce, cocinando las mejores comidas. Nunca logré conocer lo que era un verdadero hombre hasta que Raphael me invitó a este lugar.
Era como si fuera un mito presenciar a un hombre abrir la puerta a su novia, ni mucho menos vi a un hombre arrastrar la silla para que su adorada mujer se pueda sentar con comodidad.
Y hoy lo vi por primera vez, fui capaz de presenciar cuando Raphael junto a mi persona llegamos al restaurante y el me abrió la puerta con una encantadora sonrisa en labios y me obligo a pasar primero.
Lo vi cuando iba a tomar asiento en la mesa libre que ambos elegimos. Y el, muy caballeroso, me abrió la silla para que pueda sentarme y después la volvió a acomodar.
Todo esto dejando traviesas caricias en mis hombros medianamente desnudos por el corte del vestido. Una acción que me dejó sin aliento y con un cúmulo de emociones acumuladas en mi vientre que no fui capaz de esconder.
¿Lo más gracioso de todo?
Que su sonrisa burlona me confunde mucho más.
—¿Que vas a pedir de comer? —Pregunte con curiosidad a mi acompañante, aunque algo me decía que pediría carne.
A el le suele gustar mucho la carne, en especial cuando son secas ya que no le agrada mucho las sopas o las salsas muy especiadas. Tampoco le gusta mucho la manteca, pero dice que su comida favorita es el pollo frito que preparé el otro día.
—Voy a pedir carne asada con ensalada, querida. —Y claro, casi siempre suele saltarse los carbohidratos. A pesar de ser una parte esencial de la dieta de cualquier persona y ese gran consumo de carne explica esa gruesa contextura de la que es poseedor.
Lo único que no explica su dieta es su repentina ¿coquetería? No lo se. De forma ignorante yo pensaba que él me veía como una amiga.
¿Quizás no es así? ¿O puede ser que él se dio de cuenta de lo que siento y pretende burlarse de mí?
Mi mente da muchas vueltas ahora mismo.
—Me lo esperaba. Yo pediré solo una pasta italiana. —Deje la carta sobre la mesa, después de tener claro que iba a comer ya no la iba a necesitar más. Y al parecer fue algo que también tuvo claro mi compañero, quien llamó al mesero y pidió la respectiva comida de ambos.
Un proceso de menos de un minuto, donde pidió los platillos principales, algo de beber y hasta un postre de un nombre algo extraño, pero que según lo explicado por mi compañero, era toda una delicia.
Y con la retirada del mesero, volvimos a quedar a solas. Solo que en un silencio donde lograba plasmar en mis recuerdos el sonido ligero de su respiración o la imagen de sus dedos moverse sobre la mesa con impaciencia.
Algo en su cabeza no le permitía estar tranquilo.
No iba a saber aún que es eso que tanto lo perturba, lo único que puedo saber es que está ahí y que el por un momento lo olvido cuando llegó el mesero con el vino y nos sirvió una copa a cada uno.
El se embutio todo el trago de inmediato. Y no tardó mucho en volver a servirse no solo del vino, si no también de su atrevimiento inicial al llevar esa mano que acariciaba el mantel hasta la mía, tomando mis dedos con atrevimiento y jugando con ellos.
—El verde te queda exquisito, querida. —Y de nuevo ese ridiculo apodo.
Le digo ridículo sin obviar todo lo que causa en mi. Ya que para nadie es un secreto que quizás la piel de mi rostro debe de estar siendo decorada por un hermoso color carmesí.
Nada de eso se puede comparar con las emociones que se revuelven en mi corazón al notar... Cierta mirada.
Algo que jamás llegue a ver. Ya que nadie nunca me miro de esa forma.
Con cariño. Llena de algo dulce, como los pastelillos recién horneados. Una mirada que era como comer pan de chocolate.
Parecido al momento en el que se parte el pan a la mitad y todo el chocolate derretido se comienza a derramar por mis manos. Esparciendo una calidez ideal.
Calidez... En esa mirada existe un calor raro, un calor que no podría describir con palabras que no sean refranes de comida.
Pero es... Parecido al calor que sientes después de comer algo picante. O después de comer mariscos.
Si, esa mirada parece exactamente eso.
Y gran parte de lo que podríamos llamar "cita" fue de mi parte analizando esa mirada azul que no se apartaba de mí por nada del mundo. Ni por que llegara el mesero a dar la cuenta, ya que sus manos sacaron el dinero sin tener que ver cuando era lo que pagaba. Ya que sacó la cantidad justa, como si la fuera apartado desde el principio.
—¿Nos vamos? —Solto la pregunta, alzando su cuerpo de la silla y extendiendo su mano hasta mi para que pueda tomarla. Un detalle que no rechace, ya que la tomé de inmediato y me deje ayudar por el caballero para levantarme.
Y negada a perder el contacto con su piel, terminé por abrazar su brazo. Dejando este contra mi pecho, y afrontando la sensación de cómo se tensaba bajo mi tacto a medida que caminábamos a la salida.
Un camino relativamente corto. Donde al ya estar afuera del restaurante, decidi detenerlo. Una acción que me aseguró ganarme una mirada por parte del hombre, inundada de todas esas sensaciones que no era capaz de describir con sonidos fonadores, pero que si lograba reconocer la pura curiosidad en ellas por saber la verdad del asunto. La razón de por que decidí detenerlo.
—¿Sucede algo?
—¿Por que me miras así? —La expectativa de una respuesta completa y que me haga entender, era baja. Aunque no cero, después de todo la sorpresa reflejada en su rostro dejo en claro que el no se esperaba que me diera de cuenta de cómo resultaba ser para el, lo que para mí es un pan de chocolate.
Pero no era del todo estúpida, solo tarde... Una cena entera en darme cuenta de ello.
Y miles refranes de comida que se me fueron ocurriendo.
Ya que mi esposo siempre ha visto así a otras mujeres, a mujeres más hermosas, con mejor cuerpo o hasta mejor carácter. No niñas como yo, que día y noche solo fantasean en todo lo que sería su vida si no se fuera casado con un hombre despreciable.
Simplemente mujeres. Mujeres que si lo podrían complacer en la cama, que si le podrían dar hijos y no vivirían todos los días de su vida llamándolo de mil y un formas distintas con todo el desprecio del mundo.
Pero Rayn no importaba, solo importaba en la parte donde me ayudaba a hacerme entender un poco a Raphael para dar entrada a mi cabeza muchas más preguntas que no podré responder.
¿Por que el me miraría así?
Si no hay nada en mi que me haga especial.
—¿Así como?
—Una mirada como si estuvieras gozando de un bizcochuelo de vainilla. O una mirada de alguien que está a punto de comer un pan de chocolate recién horneado y con chocolate desbordando por cada miga. —Mis manos bajaron por su brazo hasta llegar a su muñeca, de la cual me sostuve, como si el tuviera la más mínima intención de escapar. A pesar de que hay más posibilidades de que termine por escapar yo ante el miedo de su respuesta. —Soy una mujer que ha carecido de lo que es sentir el puro deseo. Pero logré conocerlo a través de ciertos placeres que me ha proporcionado simplemente cocinar. Y créeme que me miras, como si yo fuera un-
No logré terminar de hablar.
Fui interrumpida de forma inminente, de una manera sorpresiva que en palabras muy literales, me dejó sin aliento. Interrumpida por unos cálidos labios que hicieron de las suyas con los míos, envolviendo mi piel con su calidez. Envolviendo mi cuerpo con su dulzura y algo más.
Como... Si fuera un pedazo de pollo siento envuelto por una salsa dulce con exceso de picante.
Si, justo así.
Y iba a decirle a Raphael que me miraba como si fuera un pan de chocolate. No fue necesario ya que el lo entendió a la perfección, o al menos creo que lo entendió cuando sentía como mi piel quemaba bajo el tacto de sus manos, como si me estuviera cocinando para poder degustar de mi carne en su próxima comida del día.
Nunca me sentí así al dar un beso. Mi esposo carecía de la maravillosa cualidad de poder hacerme sentir bien, ya que cada vez que me besaba solo me hacía sentir un asco tan grande que podría llevarme a vomitar.
El no. Raphael con un solo contacto logro hacer que mis piernas flaqueen, apenas capaz de hacerme mantener en pie.
Sus manos se hicieron con mi cintura, un fuerte agarre que evitaba que caiga y que me guío hasta uno de los callejones a disposición de nuestra cercanía.
Su labios se derretían en mi boca como chocolate, se movía con una suavidad que me aproximaba al deseo de querer más. Exigir más a pesar de que el aire ya no llegue a mi pulmones y este a punto de acabarse esa escalera a la máxima maravilla. La cual sorprendentemente no es culinaria, es simplemente... Lujuriosa.
Y lo único que recibí a cambio en vez de más. Es que termino por separarse. Devolviéndome a mi realidad, a la crudeza de mi mundo.
Pero un solo beso me basto para saber que había un placer mucho más grande que la simple cocina. Un solo rocé me basto para terminar de confirmar que mi esposo era un inservible. Un hombre de baja calaña ya que ni siquiera es capaz de dar a su esposa un beso amelcochado. Tuvo que hacerlo un supuesto amigo en su lugar para que ella pueda sentir en su vientre las tan esperadas mariposas que espera toda mujer sentir en su vida.
Su respiración daba contra mi rostro. Esa sensación me hizo cerrar de nuevo los ojos y abrir la boca, en espera de que me vuelva a besar. Una ilusión que fue interrumpida por pequeñas risas del hombre, llenas de ironía.
—Pense que me cachetearias, Idalia.
—No podría. Estas haciendo justo lo que no ha hecho mi esposo en 6 años de matrimonio. —Trate de elevar mi altura, usando mis pies en punta para llegar hasta el rostro del hombre de nuevo.
El me cumplió el capricho al volver a bajar, dejando un roce casto en mis labios.
—Nos van a ver si nos quedamos aquí. ¿Le darás el gusto a la señora Penelope de hablar?
—No me importa. No me importa que nos vean, tampoco me importa la señora Penelope. Por mi, que se muera esa vieja.—Mis dedos se apretaron contra el brazo del varón. Un pequeño ruego de que no se apartará de mí, de que me volviera a besar para volver a sentir esas sensaciones en mi vientre.
Y el se dio cuenta de esos ruegos, de ese gran deseo que siento por que un hombre me haga sentir bien en verdad. Y no como una porquería, justo como hace mi esposo en casa todo y cada uno de los días que compartimos juntos.
—Idalia-...
—Vamos a mi casa. —Le rogue, notando como la mirada de Raphael flaqueaba un poco. No era consciente si flaqueaba por que no lo deseaba, o directamente por que temía a que fuéramos descubiertos.
—Esta bien, vamos. —Oh bueno, parece que es más por la segunda.
Volví a abrir mis ojos, mostrando una divina sonrisa al hombre al frente de mi.
Siendo consciente de que esto... Es realmente malo.
Pero darse un gusto de vez en cuando, no es un pecado.