Capitulo 4

Hoy es el segundo día en donde enfrento la enfermedad de mi esposo, un día pesado donde tuve que iniciar incluso desde antes que saliera el sol a lavar las ropas de la casa. Al tener el ignorante pensamiento de que quizás la tela de las sábanas o de su ropa podría enfermarme a mí también.

Y viendo su deplorable estado en donde apenas y lleva dos días enfermo, me di cuenta de dos cosas. La primera es que no está exagerando como llegue a pensar. Y la segunda: de que no podría darme el lujo de enfermarme yo también.

Bueno, en realidad no es un lujo para nadie estar enfermo.

Menos cuando parece que estás más muerto que vivo. Aunque eso es algo a lo que me enfrento todos los días.

Gran parte de mí mañana se dedicó solo a fregar tela con jabon, a tirar las cosas inservibles a la basura y usar algunas de estas prendas para crear nuevos trapos donde su nuevo uso sería limpiar el suelo o la cocina.

Un trabajo muy laborioso que al final me dejó completamente cansada, con el latente deseo de dormir aunque sea un rato. Lástima que solo es una fantasía de mi cabeza, ya que era hora de preparar el desayuno de mi inútil esposo para que pueda tomar algo de fuerzas y seguir enfrentando la enfermedad.

Le prepare de desayunar huevos, con algo de pan de flauta y verduras hervidas mezcladas con algo de aderezo agridulce.

Por decisión propia, pensé que lo mejor era darle uno de mis panes de chocolate. Quizás eso lo alegre un poco mas. Además, si no me los como en estos días, se terminarían por poner muy duros.

Aunque si eso llegaba a pasar fácilmente los podría calentar en el horno, eso hará que estén suave en el momento y me los pueda comer. Así no se desperdicia nada de comida.

Si, tantos años viviendo de forma miserable me llevo a saber todos esos trucos en la cocina.

Prepare una bandeja, donde coloque el plato principal, una taza de café y el pan de chocolate.

Quizás esto alegre un poco a Rayn, ya que al estar sin hacer nada se muestra muy desanimado.

Si, tengo algo de misericordia por el. Pensé que por una vez en la vida se la merecía, a pesar de que siempre me trate como una completa porquería.

Hice otro plato pequeño, en donde deje un pan para mi también y otra taza de café. Los cuales también coloque en la bandeja para que me sea más fácil llevarlos.

Tome la bandeja en manos e hice el debido recorrido hasta la habitación en donde Rayn descansaba. Se veía destruido, con dos sacos negros abajo de sus ojos y el rostro delgado.

En tan solo dos días de enfermo parece que bajo mucho de peso. Así como perdió gran parte de vida en su cuerpo, ya que postrado en esa cama apenas y era capaz de moverse.

Pero mi compasión no llegaba a tanto. No lo ayudaría a comer, o al menos no de nuevo.

—Toma. Te traje un pan dulce para que agarres algo de fuerza. —Hice de inmediato la mención al pan dulce, dejando la bandeja sobre su regazo y tomando casi de inmediato mi taza de café y mi pan de chocolate. Los cuales dejé sobre la mesa de noche.

—¿Estas malgastando de nuevo el dinero en pan de chocolate?

—El panadero me los regaló. Dijo que le quedaron de ayer y que ya no servían para vender. —Menti. Algo que se volvió creíble para el enfermo, ya que el era consciente de que llevo casi toda una vida siendo "amiga" del panadero del pueblo y que siempre hace lo mismo. Y eso es terminar regalando los panes que le quedaron del día anterior a mi persona.

Y yo como agradecimiento de vez en cuando le regaló de mi famosa ensalada de verduras y pollo con aderezo blanco. Es la favorita de mi amigo el panadero.

—Vale. —Comenzo a comer con tranquilidad, estuve atenta a la comida ya que extrañamente cada vez que le sirvo siempre pasa lo mismo.

Le sirvo la comida fresca y con el paso de los segundos se pudre. Como si le fuera entregado un plato que lleva días en la cocina esperando por ser devorado.

Un hecho muy extraño como preocupante para mí, que parece ser la única que se da cuenta de ello.

Pero al ver que todo era normal decidí comer por mi cuenta, tomando mi pan de chocolate y aspirando su olor con gusto. El chocolate desbordaba por los costados ya que recientemente lo calenté para que se derrita y sea más delicioso comerlo.

Rompí el primer pedazo del pan, ver el chocolate chorrear al punto de que una pequeña gota del mismo mancho mi desgastado vestido me abrió más el hambre. Y a pesar de que el pan ya tenía al menos un día y medio en el almacén, seguía teniendo esa apariencia tan deliciosa. Con una miga perfecta y un chocolate de color café perfecto.

Me lo llevé a la boca, sintiendo la explosión de sabores de forma deléitante que me hizo recordar que el único gusto que tenía en mi vida era comer. Sentir los sabores en mi paladar y el olor de la comida en mis fosas nasales.

Lo único que me permitía disfrutar.

Tome otro bocado de pan y lo lleve a mi boca, está vez lo acompañe con un trago de café.

Y así seguí, comiendo de a poco la pieza horneada y acompañando este de un trago de café hasta casi acabarlo. Siendo en ese momento cuando decidí voltear a ver a Rayn para preguntarle si le gustaba el desayuno o quería algo más.

La pregunta se me quedó trancada en la garganta cuando al frente de mi logre divisar de nuevo esos platos de comida llenos de larvas.

Las moscas a su alrededor.

Todos esos animales asquerosos de nuevo. Que terminaban en aparecer en la comida por muy fresca que sea.

No logré despegar mi mirada por mucho que el asco me gobernará. Solo ví a comer a mi esposo y cómo a medida que se llevaba cada bocado a la boca; se veía peor. Como si cada bocado de comida le consumiera aún más la poca vida que le quedaba, en vez de darle cierta fuerza para que pueda enfrentar la enfermedad.

Hasta el dichoso pan de chocolate estaba lleno de larvas. No pude evitar mirar entre el alimento de Rayn y el mío, ya que la diferencia era clara. El suyo contenía todos esos asquerosos animales, hasta con hongos por su alrededor.

El mío presentaba un estado perfecto. Tan perfecto que termine por llevarme el último pedazo de pan a la boca, no por haber visto esa asquerosa escena significa que voy a dejar de disfrutar de mi comida. Menos cuando se trata de mis adorados panes de chocolate.

Prefiero comerlo, saborearlo y después vomitarlo si es lo que me toca hacer. Pero jamás dejarlo sin comer.

—¿Te está gustando la comida, querido?

—El café no tiene suficiente azucar. —Quizas mi cara podría ser la burla de todo el pueblo durante años, algo normal después de escuchar sus palabras.

Ya que el quisquilloso al frente de mi, al parecer no tenía nada de que quejarse. Por esa razon, decidió quejarse de que el café no tenía azúcar.

Cuando él ni siquiera toma café con azúcar.

En serio es un completo imbecil. Quizás las larvas ya le comían de la cabeza y lo dejaban más hueco, a como solia ser antes.

—En el almuerzo quiero pollo. No lo quiero asado, lo quiero frito en manteca de cerdo.

—No creo que sea buena idea. Comer mal hará que tengas menos fuerza, y estás muy enfermo.

—Pero quiero comer eso. Y eso será lo que prepararas.

Que hombre tan terco, aunque no sé por qué esperaba algo más de el. Como si tuviera la capacidad de pensar con claridad.

—Vale cariño, como tú quieras.

Después de esas palabras el silencio volvió a gobernar en la habitación, solo que ahora en vez de estar gozando de mi pan tenía que ver como mi esposo se comía esa desagradable comida. Una situación asquerosa que no duró más de 10 minutos y con gran alivio recogí todos los platos y los llevé a la cocina a lavar.

No deseaba ni tocar esos platos. En realidad, deseaba tirarlos a la basura y deshacerme de ellos. Pero no era capaz de permitirme tal lujo. Así que con mucho asco los lavé, casi vomitando en el arduo proceso.

Y dejé esos platos apartados, a partir de ahora eran única y exclusivamente de Rayn. Bien ganado se tenía esa exclusividad.

—Ahora debo ir a comprar algo de manteca. No tengo nada en casa.

Me recordé a mí misma. Secando mis manos, las cuales lave con algo de jabón para quitar la horrible sensación que permanecía en ellas.

Después de tener mis manos limpias tome unas cuantas monedas y las guarde en el bolsillo de mi vestido. Salí de casa a un paso apresurado para ir hacia el mercado, ya que el tiempo para hacer el almuerzo era contado. En especial después de toda una mañana en la que tuve que lavar ropa y no solo dedicarme a la comida del día.

Tuve la buena suerte de que la tienda donde venden la manteca permanecía abierta y sin una fila prominente. Logré comprar la grasa sin dificultad y otros cuantos ingredientes que me hacían falta en casa para poder preparar a gusto varios platillos.

Quería cocinar algunas galletas. Para comer con café y crema más tarde.

Ya se me hace agua la boca de solo pensarlo.

Al tener mis debidas compras en manos me despedí del vendedor y comencé mi camino a casa. Un recorrido que estuvo lleno de señoras deteniéndome para darme consejos de qué debía darle de comer a mi esposo para que pueda sentirse mejor más rápido. O hablando de lo apenadas que se sentían al saber que Rayn permanecía enfermo.

Esto solo me deja en claro que el enfermo ya mando a su madre una carta con la mención de su estado. Y esa mujer ya hizo de las suyas al esparcir el rumor con un gran margen de exageración donde seguro hasta se atrevió a decir que está a un paso de la tumba.

Siempre he detestado a esa mujer.

Ya que se muestra como la típica madre preocupada cuando no aparece por casa para ver a su hijo. Solo es una mera apariencia para que el pueblo no la critique con la misma fiereza como hace ella con los demás.

—Y dale mucho té, el té es bueno.

—Oh claro, señora Penelope. —Le sonreí a la mujer con dulzura. A pesar de estar cansada de escuchar sus consejos desde hace unos veinte minutos. Así que decidí cambiar el tema lo antes posible. —¿Se enteró del nuevo vecino? Se llama Raphael.

El repentino cambio de tema llevó a que la mujer me mirara de forma extraña, O al menos creía que era así hasta que ella misma me aclaró porque su mirada.

—¿Que vecino nuevo? No estoy enterada de nada parecido.

Ahora la extrañada era yo. Ya que después de todo, Raphael paso casa por casa regalando cestos de comida.

O al menos yo daba por hecho que fue así, quizás ni siquiera paso por la casa de la señora Penelope, a pesar de que está justo al lado de la mia.

—¿En serio no sabe quién es Raphael? Es un hombre bastante agradable, el otro día me regaló un cesto.

—Tendre que investigar quién es ese joven, ya que en verdad desconozco de su identidad.

—Oh... Pues vale, ya me irá contando sus descubrimientos. —Trate de sonreír, a pesar de aún estar algo extrañada. Quizás solo fue que no le dio una cesta y ya, no habría por que ver algo preocupante en la conversación. —Señora Penelope, debo ir a casa. Mi marido debe estar esperando el almuerzo.

—Te entiendo querida. Anda, prepara algo delicioso a tu hombre para que se recupere.

—Tenga por seguro que será así. —Me despedí de la anciana haciendo uso de mi mano, volviendo a retomar mi paso a casa aún con esa extraña sensación de que había algo raro respecto a Raphael.

Pero supongo que solo son locuras de mi propia cabeza.

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