Al llegar a casa de inmediato comencé mi labor respecto a mantener la alimentación y dieta de un inútil atrapado en el cuerpo de un hombre de 30 años, el tiempo era contado y la exigencia de mi esposo respecto a que quería comer era un poco elevada.
Así que no tenía tiempo para descansar mis pies, que después de tal caminata, los tenía algo cansados. Una situación esperada viendo el estado deplorable de mis zapatos, que en cualquier momento pasarían a mejor vida cuando se termine de despegar la suela. Quizás hasta por eso apareció la muerte el otro día en casa, para llevarse el espíritu de mis zapatos.
Debería de comprarme unos nuevos.
Si, eso era lo mejor.
Tomé los ingredientes y los comencé a organizar sobre el mesón de la cocina. Colocando la manteca en la estufa para que se comience a derretir y por otro lado comencé a preparar una mezcla especial para el pollo.
Al tener ya la mezcla lista, comencé a sumergir las piezas de pollo en esta mezcla y a revolver hasta que todos los pedazos fueran cubiertos de forma uniforme por la mezcla. Esto sería lo que le daría al pollo una textura crujiente después de que se terminara de cocinar.
Ya que ese era el gusto del pollo cocinado en manteca, o como llaman en los libros de cocina. Pollo frito.
Que sea crujiente por fuera, pero jugoso por dentro.
Al estar ya caliente la grasa comencé a echar los primeros pedazos de pollo. Iba a acompañar ese mismo plato con unas papas crujientes al horno, las cuales picaba en rodajas finas que hasta llegaban a transparentar. Las condimente con mi famoso ajo en polvo que suelo vender a las demás amas de casa, ya que en el pueblo no se vio nada parecido hasta que yo lo hice.
La idea surgió después de que Rayn se quejara de que no le gustaba el ajo troceado en las papas al ajillo. Me las tuve que inventar para que el ajo se secara, dejando esto bajo el sol por días para después molerlo con una piedra.
Y así nació mi conocido ajo en polvo.
Metí las papas en el horno después de condimentar. Con unos cuantos minutos libres me tomé el momento de quitar mis zapatos y ver el estado de mis pies, los cuales se llenaron de ampollas por usar tan espantosos harapos.
Pero tendría que soportar un tiempo más, estando Rayn enfermo no podría permitirme el lujo de comprar otros. Al menos no aún.
Después de mi pequeña revisión del estado de mis pies, el olor del pollo me advirtió que ya estaba casi listo. Así que alce mi cuerpo de la silla y comencé a caminar en dirección a la cocina. Por mera casualidad la llegada de un visitante fue advertida justo en el momento que llegué al frente de la gran sartén donde se estaba fritando el pollo.
Y a pesar de ello decidí tomarme mi tiempo para revisar el pollo, ver que esté bien cocinado y apartarlo en un plato. Hasta tomé el tiempo de tomar uno de los pedazos del pollo y degustarlo, sintiendo como mi lengua era apoderada por el delicioso sabor de la comida y dejaba en segundo plano la sensación de mi lengua quemarse por la alta temperatura de los alimentos recién retirados del fuego.
Con el pedazo de pollo en manos camino hasta la entrada de la casa, usando una de mis manos para abrir la puerta y mirar quién era la persona que llegó.
Resultó ser Raphael, quien me dedico de inmediato una sonrisa al verme.
El también vino ayer a almorzar, así que su presencia no me resultaba algo extraña. Mucho menos desagradable, ya que siempre que viene, trae en manos una cesta de comida.
Lo extraño ahora es esa inquietud en mi pecho por la anterior conversación con la señora Penélope, pero como lo pensé antes; simplemente no está enterada aún de este nuevo vecino.
—Nos vemos de nuevo.
—Es agradable venir a comer a tu casa.
—Es que mi comida es exquisita. —Presumí, abriendo paso al hombre para que pase dentro de la casa y justo eso hizo. —Hoy de almuerzo estoy preparando pollo frito. ¿Vas a querer?
—Claro que si. Pero no me des arroz, no me gusta mucho comer carbohidratos.
—Entendido. —Di otro mordisco a mi pollo, agarrando algo de aire por la boca para calmar un poco el calor de la comida. —Ire a seguir cocinando. Tu acomodate.
Después de ese pequeño aviso volvi a la cocina, Lo más seguro es que el hombre albino se acomodará en el comedor a esperar los alimentos ya que es lo que suele hacer usualmente.
Pero no, al parecer hoy no quiso que fuera así.
Ya que en el momento que miraba el pollo, el hombre hizo acto de presencia con la cesta de comida en manos.
—¿Sucedió algo?
—Quiero ayudarte. ¿En que podría ayudarte?
—Oh vamos Raphael, no es necesario. Vuelve al comedor y ponte cómodo.
—Al menos déjame ayudarte a acomodar la comida de la cesta. Pareces estar algo cansada. ¿Sabes?
Y si que lo estoy. Pero me sorprende que se haya dado cuenta con tanta facilidad.
—No es para tanto. Además, tu eres mi invitado.
—Idalia, insisto. —Volvio a hablar, comenzando a sacar del cesto un saco de arroz el cual dejo dentro de los grandes bol donde suelo guardar este mismo. Acompañado de algunos sacos pequeños de granos.
Me resigné a que se quede quieto y lo deje ser, estando atenta a los últimos pedazos de pollo que se cocinaban en la manteca. Mirando estos fijamente como si al apartar mi mirada de ellos se fueran a quemar o se cocinaran más rápido por arte de magia.
Algo que claramente no iba a pasar, solo eran los nervios de tener que estar en la cocina con alguien más. No suelo estar acostumbrada a ello, después de todo la cocina era mi lugar especial. Mi lugar en donde puedo estar sola y sentirme segura, explorar cada idea loca de mi cabeza al probar nuevos platillos e inventar nuevas recetas.
El único lugar donde no entra mi esposo ni ninguna otra persona que me pueda hacer daño.
Y aún así, a pesar de que la cocina era un lugar tan íntimo para mí.
Deje entrar a Raphael, deje que comenzara a acomodar todo lo de las cestas y que caminara por la cocina como si fuera su casa.
El contaba con este privilegio, ya que al menos con el tenía permitido sentirme... Segura y feliz.
Una sensación agradable que suelen proporcionar los amigos.
Con el paso de unos minutos el pollo ya estuvo listo, así que lo saque. A este punto solo faltaba que las papas estuvieran listas. Así que aproveché ese tiempo libre y monté en la estufa un poquito de arroz, ya que Rayn a diferencia de Raphael, si su almuerzo no tiene arroz no está a gusto y puedes pasar todo el día reclamando porque su almuerzo no tuvo arroz.
Si, así de pesado era mi esposo.
El distraerme mis pensamientos no me permitió darme de cuenta de que cierto hombre a tan solo unos cuantos pasos alejados de mí me llamaba. Me llamó una y otra vez. Y a pesar de ello, no lo escuché.
No lo escuché hasta que terminó por soltar un apodo en lugar de mi nombre.
—Oye, querida-
Volteé mi cuerpo de golpe para verlo. Que me llamara de tal forma me sacó un poco de lugar, mejor dicho, mucho. Ni siquiera Rayn me llamaba así, y escucharlo de labios de otro hombre solo me dejó... Extrañada.
Pero no fue desagradable, para nada.
Pero si me lleno de nervios de pies a cabeza, nervios que no resultaban fáciles de disimular.
—¿Que sucede?
—Yo creo que esas papas ya deben de estar listas.
Oh... Claro. Huele un poco a quemado.
¡Huele a quemado!
Me alarme al darme cuenta de ese impresionante detalle. Detalle que me hizo abrir el horno de golpe sin siquiera apagarlo, haciendo que todo el vapor de su interior me de en la cara de lleno.
Pero eso no me hizo darme cuenta del importante detalle de que el horno seguía caliente y prendido, al igual que la bandeja en donde se cocinaban las papas ya doradas más tirando a un color café de todo el tiempo que se llevan cocinando.
Y metí mi mano directo al horno para tratar de tomar la lámina de metal. Una acción que claramente salió muy mal, demasiado mal.
Ya que de inmediato el calor abrasador de la bandeja caló en mi piel al punto de quemarme, algo obvio que sucedería y yo no lo pensé si no hasta después de que mi piel sufrió el resultado de ello.
—¡Aaah! —Fue imposible para mí contener el grito de dolor. O mejor dicho, más que dolor fue la sorpresa lo que me hizo gritar. Haciendo que me levanté de inmediato y de un vistazo a mi mano, notando como ya hasta tenía ampollas hechas en mis dedos.
Se ve mal, quedarán marcas pero se pondrá bien.
No hay por qué exagerar la situación, no hay por qué llorar ni quejarse.
—¡Idalia! ¿Estas bien? —O al menos tenía ese pensamiento en mi cabeza hasta que Raphael hablo, su voz lleno por completo mi cabeza y logro que mis ojos se llenarán de inmediato de lágrimas al ver como sus manos tomaron las mías para ver el estado de mis dedos.
Una acción tan simple como esa me hizo flaquear, me hizo darme de cuenta de que en verdad llevo años tratando de hacerme la fuerte y de no llorar. Darme de cuenta de que llevo años deseando que un hombre me proteja por que simplemente me ama, por que solo me quiere.
Y hoy por primera vez lo experimente, hoy experimente la preocupación genuina de alguien. La sensación de sentirme protegida.
Y realmente, eso fue lo que me hizo soltar ese mar de lágrimas sin ser capaz de controlarlo.
Y ese mar de lágrimas solo hizo que el hombre al frente de mí se preocupara aún más. A tal punto de que comenzó a atender mis heridas como pudo, proporcionando una solución sencilla donde preparaba un ungüento para mis dedos con algunos ingredientes de la cocina y el mismo los impregnaba en mis dedos.
—Siéntate un momento, debes esperar a que el ungüento seque.
—Debo terminar de cocinar.
—Idalia. Solo escúchame. Siéntate y yo termino ¿Si?
Ante esas últimas palabras cargadas de cariño y seguridad no pude evitar asentir y dejarlo ser, darle de nuevo la libertad de hacer lo que le venga en gana en el lugar. Después de todo, Raphael ya era merecedor del privilegio de mi confianza.
Lo vi sacar las papas del horno y apagar el arroz. Pensé que lo dejaría hasta ahí y me dejaría a mí la labor de emplatar las comidas para todos los presentes, resulta que mis pensamientos eran muy erroneos. Ya que el mismo comenzó a servir por su propia cuenta cada plato de comida.
Emplato tres platos exactamente. El era consciente de que mi esposo yacía en el segundo piso, aún enfermo.
—Ya está listo.
—Llevare la comida a Rayn. Tu espérame en el comedor ¿Vale?
Me levanté de la silla, después de todo no por quemarme los dedos significa que haya quedado inválida. Solo tuve un pequeño accidente en la cocina por culpa de un pequeño ataque de nervios. Que el mismo ocasionó, pero eso no lo puedo decir en voz alta. Quizás hasta sea mejor olvidar ese pensamiento de mi cabeza, ya que es completamente ridículo.
Al ver que el hombre no me daba ninguna negativa. Solo tomé el plato de mi esposo junto a un vaso de agua y subí rápido a su habitación, deje la comida en su mesa de noche al ver que se quedó dormido del cansancio que le provocaba estar enfermo. Tan dormido que sus ronquidos se apoderaron de la habitación y su pecho subía y bajaba constantemente, detalles que observe por un prologado tiempo, para asegurarme de que ni el olor de la comida lo despertaría.
Al menos ahora soy consciente... de que no debía de preocuparme de ser descubierta con mi visita allá abajo.