La noche llegó en menos de lo esperado, y por mucho sueño que sentía traté de permanecer despierta.
Las horas fueron pasando de forma lenta, ya era más allá de la una de la madrugada y no tenía ninguna señal de Moros.
Quería verlo, era claro. La última vez que lo vi fue hace unos cuantos meses —más en específico, poco más de un año —Solo recibiendo una miseria de su atención cuando ese mendigo dio fin a su vida consumiendo los alimentos que le proporcione. ¿Su hija?
Ignorantemente pensé que no lo veía desde que nació, hoy me enteré de lo equivocada que estuve todo el tiempo.
Tan grande es mi deseo por verlo, que no dudó en asomar mi cabeza al cuarto de la niña cada 10 minutos. Con la esperanza de que la venga a ver, justo como ella me explicó que hacía.
Aún así, a pesar de que siempre me asomaba a su cuarto, solo la veía a ella durmiendo en la cama, abrazando ese dibujo que esperaba mostrar a su Papá con tanta emoción.
Pero a la una de la madrugada ya me resigne a que lo hiciera, m