Deja de torturarte

Livy

— Livy... Deja de torturarte... Por favor, vamos...

Escuchaba esa voz amistosa a lo lejos, pero todo lo que lograba sentir era mi devastadora angustia. Miré a un lado y vi a mi hija durmiendo en mi cama. Ella tenía la cara más angelical del mundo, y esa podría ser la última vez que la viera por algún tiempo.

Mis labios estaban casi blancos, resecos. Parecía casi la misma Livy Clarke de antes. Había el cabello despeinado, la ropa de mi marido pegada a mi cuerpo y dientes sin cepillar. Tal vez había perdido algo de peso, ya que no podía comer desde hace algún tiempo. Tomé el control del televisor y subí el volumen.

—Por favor, Juan. Déjame. ¿No tienes alguna cita o algo así?

Él me miró, puso las manos en la cintura.

—¿Por qué estás actuando así? No eres ese tipo de persona. No eres cruel. No dices esas tonterías.

Sentí mis ojos ardiendo como fuego. Llevé mis manos a mi rostro y las cubrí. Bien, puede que no sea cruel, pero ante la prensa pareciera un monstruo.

—Estoy esperando
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