Ah, sí que voy...

Hardin

Otro bocado. Empezaba a sentirme mareado. Sin apetito, observaba la comida frente a mí, mientras volvía a mirar la puerta de entrada. Arranqué la servilleta y me limpié la boca, luego miré el reloj de metal en mi muñeca y me irrité. Había pasado una hora y media, y yo todavía lo esperaba, como un imbécil. Un talonario de cheques en el bolsillo, y mucha charla.

Así era como pretendía salvar a mi mujer, así como ella me salvó algún día. El poder, eso era lo que teníamos. Comprábamos a las personas, y yo tenía todo el dinero del mundo. Tenía mi empresa a disposición si él lo deseaba. Todo… Todo menos a Livy en la cárcel. Odiaba esa idea, y pensar que alguien la encerraría en una celda oscura, muy lejos de mí, era el pensamiento que más me rondaba, y que me impedía cerrar los ojos por la noche.

Volví a mirar la puerta. Nada… Estaba murmurando solo. Irritado… maldito imbécil, ¿por qué no vino? ¿Para qué todo ese espectáculo, si se puede obtener lo que uno quiera con el poder de una
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