Amanda no era una mujer impulsiva, y sin embargo, arrojarle la copa de vino a Eric le había dado una efímera satisfacción. Una sensación tan breve que se desintegró apenas cerró la puerta de la habitación donde estaba confinada.
Ahora, en la penumbra, con el cuerpo medio envuelto en una manta, lo único que sentía era un leve temblor en el estómago. No era miedo. Era otra cosa. Un extraño nerviosismo que le hacía repasar la escena una y otra vez.
Había insultado a un hombre poderoso, vengativo, y sí, cruel. Pero también era el único que podía sacarla del hoyo en el que se encontraba.
Y, a pesar de todo, había dicho que le daría un abogado.
¿Eso contaba como un acto de piedad?
Ella no contaba con nada de dinero y necesitaba un abogado para el divorcio, a lo mejor podría recuperar algo, contar su caso al abogado, todo lo que le hicieron los Rodríguez y la trampa con la que se querían quedar con su empresa.
Como sea, incluso con todos los insultos incluidos, agradecía que él le pusiera un