—¿Puede desviarse un momento? —preguntó Amanda, desde el asiento trasero, con la voz serena y una idea muy clara en la cabeza.
Victor giró la cabeza hacia ella, suspicaz. Claudio, el chofer, la miró por el retrovisor.
—¿A dónde quiere ir? —preguntó él, con ese tono cansado del que ya ha aprendido que no debe tomar decisiones por cuenta propia.
—Necesito ropa. No pienso presentarme ante Abel Rodríguez vestida como una mendiga. Quiero comprar algo adecuado.
—Debemos llegar en veinte minutos —interrumpió Victor, cortante.
—Entonces llegaremos tarde —respondió Amanda sin siquiera mirarlo.
Claudio dudó.
—Señora… tendría que llamar al señor Sanders.
—Llámelo —dijo ella, cruzando las piernas con elegancia—. No tengo ningún problema en explicárselo yo misma.
Victor masculló una maldición apenas audible. Claudio presionó un botón en el volante. A los pocos segundos, la voz de Eric sonó en el altavoz del coche.
—¿Qué pasa?
—La señora Amanda solicita hacer una parada. Necesita ropa para la reunió