El padre de tus hijos
Amanda llegó al banco antes del mediodía. Se paró un segundo frente a la puerta giratoria para respirar y entrar con la cabeza en alto. El guardia la saludó con un gesto mecánico.

Tomó un turno. El papelito marcaba A–172. Iban por A–168. Se sentó con la cartera apretada y los dedos cruzados sobre el regazo. Miró el reloj de pared. Quería terminar rápido, cerrar todo, sentir al menos que algo todavía podía controlarlo ella. Acarició, sin darse cuenta, el vientre plano. Dos latidos allí, aunque no se oyeran.

Ya tenía que ir haciéndolos parte de su vida.

Estaban allí. Junto con ella.

Junto a ella.

—A–172 —sonó por los altavoces.

Se levantó y caminó hasta un cubículo de vidrio con una placa: Atención Personalizada. La ejecutiva era una mujer de unos cuarenta y tantos, pulcra, con el cabello recogido y un gesto amable aprendido.

—Buenos días —dijo la mujer—. ¿En qué puedo ayudarla?

—Quiero retirar todo el dinero de mi cuenta y cerrarla —dijo Amanda, sin rodeos.

—Claro. ¿Me facilita su ident
Maye Lyn

Bueno, bueno, ¡empezamos fuerte! ¡Insemíname, Eric...! jajajaja

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