Amanda no esperaba que Eric diera un paso más. No después de lo que acababa de decirle. Pero él avanzó igual, suave y decidido, como si conociera ese pequeño espacio de su apartamento mejor que ella. Le tomó el rostro con una mano firme, cálida, obligándola a mirarlo cuando su primer impulso fue apartarse.
—No estoy aquí para herirte —susurró, tan cerca que Amanda sintió su respiración rozarle la piel.
Ella retrocedió un paso, pero él no le dio espacio. La siguió, la alcanzó por la cintura y la sujetó por la espalda baja con una seguridad que le dobló las piernas. La acercó despacio, sin brusquedad, pero sin dejarle ninguna duda de que no pensaba dejarla escapar.
—P-Pero ¿qué haces, Eric? Suéltame.
—No soy tu enemigo —dijo, rozándole la mejilla con el pulgar—. Y empiezo a odiar que me mires como si fuera la peor persona del mundo.
—Para mí… Lo eres.
—No es así.
—¡Pues no has demostrado lo contrario! —Estaba demasiado nerviosa. Los papeles se invertían, la última vez que se encontraron