Eric permaneció frente a la puerta del apartamento durante varios segundos antes de atreverse a levantar la mano para tocar.
No era propio de él dudar. Mucho menos frente a una simple puerta. Pero esa no era una puerta cualquiera. Detrás estaba Amanda. Y por primera vez desde que entró en su vida, quería verla sin rabia, sin tensión, sin esa hostilidad que había gobernado todo entre ellos.
Respiró hondo, como si necesitara reorganizarse por dentro, y se permitió algo que no solía hacer: sonrió. Nadie lo veía, nadie podía usarlo en su contra. Era una sonrisa pequeña, torcida, sincera. Sentía una extraña necesidad de abrazarla, de decir algo que no sonara como un ataque, de mostrarle que no venía con las manos llenas de guerra. Sabía que sería difícil, que Amanda no olvidaría de un día a otro todo lo que él había dicho y hecho, pero no tenía otra opción más que esforzarse. Ya no podía seguir manteniendo esa distancia absurda.
Tocó a la puerta con la misma seguridad con la que firmaba co