Eric revisó el informe por tercera vez, aunque ya se lo sabía de memoria. Los abogados hablaban frente a él, sentados en la mesa larga de la sala privada del edificio central, mientras la pantalla mostraba la línea del tiempo completa del expediente de Amanda. Pero él no podía dejar de pensar en el teléfono vibrando minutos atrás, en esa llamada.
Andrew.
Amanda.
Juntos.
La combinación le había caído como un golpe seco en el estómago, aunque al inicio se mostró incrédulo, Andrew era un hombre tan ocupado como él, nunca creyó que se interesaría en buscar o conocer a Amanda.
Menuda sorpresa.
No era enojo solamente. Era miedo. El tipo de miedo que detestaba admitir que sentía. Andrew era impulsivo, curioso, intenso. Y hablaba demasiado. No tenía filtros ni delicadezas. No entendía límites. Si Andrew ya había hecho contacto con Amanda, podía preguntarle cualquier cosa, soltar el comentario equivocado, despertar sospechas o, peor, encajar piezas que Eric llevaba demasiados años enterrando.