La chica que cuidaba mi bebé llegó antes del atardecer y con mi bebé en brazos, mientras se dormía cálidamente sin saber nada de lo que me sucedía, sin tener conciencia del dolor por el que yo estaba atravesando. Lloré amargamente hasta que, después de mucho rato, la puerta sonó un par de veces con golpes de nudillos que anhelé fueran lo que estaba esperando.
Entonces, cuando abrí la puerta, ahí estaba Samuel. El hombre, sin decir una sola palabra más, se abalanzó hacia mí y me abrazó, porque sabía que era lo que yo necesitaba, sabía que era lo que estaba buscando y el porqué lo había llamado: necesitaba su apoyo, no sabía en quién más confiar. Tal vez era la única persona en toda mi vida que siempre me había dicho la verdad, que siempre había estado ahí para mí y que yo había relegado estos últimos días.
— Lo siento — le dije mientras me abrazaba.
Él me acarició despacio la cabeza.
— Tranquila, todo está bien. Entiendo que has tenido muchas cosas en la mente últimamente, no te pre