DAMIÁN ASHFORD
Debía de admitir que la situación superaba mis expectativas. No era lo mismo trabajar con corazón que con estrategia. Lucien y yo, especialmente yo, éramos novatos en esto, pero los rusos estaban a otro nivel.
—Todo está listo… —dijo Samantha acercándose a su esposo quien veía la residencia a lo lejos, con las manos metidas en sus bolsillos. Cuando volteó hacia su mujer una chispa brilló en sus ojos. Se inclinó lentamente y ella redujo el espacio que faltaba para entregarse a un beso lento y pasional, como si las circunstancias fueran suficiente para emocionar de esa manera a ambos.
—Acaba con ellos, mi hermosa rusalka —susurró contra los labios de su esposa antes de que ella retrocediera con una sonrisa llena de arrogancia. Bajó su máscara, esa carita feliz grotesca y retorcida. Con un leve asentimiento hizo que uno de sus hombres sacara de la cajuela un arma grande y pesada.
—¿Eso es un… lanzamisiles? —preguntó Lucien en un susurro, señalando el arma con escepticismo