JAMES CARTER

Llegué a la vieja casa que se veía en penumbras desde que Lucien había decidido abandonarla, buscando darle a Camille un refugio lleno de paz, como si pudiera cortar de tajo su historia y la muerte que siempre cargaba sobre su espalda. Protegiendo de él mismo lo más puro que ha tenido en su vida.

La ironía no se me escapaba.

¿Cómo puedes tener paz mientras te dedicas a la guerra? Ni siquiera el orgulloso señor Ashford podía mantener ambas vidas separadas.

«James… si piensas dedicarte a esto, nunca tengas familia, nunca tengas mujer, pero principalmente, nunca te enamores. No porque no lo merezcas, sino porque tarde o temprano te lo quitarán. Entre más ames, más sufrirás y más débil serás», había dicho mi padre en su lecho de muerte, en medio de la sala desecha por disparos, sosteniendo la mano fría de mi madre que había muerto segundos antes, ahogándose con su propia sangre.

Levanté la mirada hacia esa soga con un impecable nudo de ahorcado que colgaba al lado de mi cama