Solté un grito hasta que vi quién era y cómo reía. Mis ojos seguían abiertos de par en par por el susto y me recosté en el asiento, tratando de recuperar el aliento.
—Lo siento, Georgina, no quise asustarte de esa forma— me habló despreocupado.
—Usted es un descarado, director—. Mi tono fue seco, afilado. Él me miró con seriedad, sin perder la compostura.
—¿Por qué me insultas?—arqueó una ceja.
—Espero que este vehículo se dirija a mi casa—. Mi voz seguía siendo cortante.
—Pero... ¿qué sucede? Quedamos en un acuerdo en el baño y aprovechaste verme entretenido para escapar. Eso no se vale—.
—Tampoco se vale que seas igual que mi ex prometido y quieras crucificarlo cuando eres igual a él. Un sinvergüenza—
Vi la confusión en su rostro. Se quedó en silencio por unos segundos antes de hablarle al chofer.
—Dirígete a la casa de la señorita—ordenó, y no dijo nada más. Yo tampoco.
Cuando llegamos, ni siquiera me despedí. Estrellé la puerta del coche y me alejé con la sangre hirviendo