Capítulo Veintitrés
COLINA
—¡Color, perras! —me río, colocando las cartas sobre la mesa—. Léelas y llora.
Tony gime, su enorme cuerpo encajado en la silla del comedor donde estamos jugando al póker.
Parece un gorila, pero versión humana. Aunque en realidad es muy dulce.
Un exsoldado de las SAS que no pudo volver a adaptarse a la vida civil. He aprendido que muchos de los chicos de seguridad que contratan son así.
Todos hombres sin un lugar al que pertenecer, sin hogar al que llamar suyo. Mis chicos les dieron eso… y una nómina.
—Joder, ¿cómo sigues ganando? —gruñe Sam, tirando sus cartas. Es más delgado que Tony, pero también enorme comparado conmigo. Su largo cabello castaño está atado en la nuca.
—Tiene que estar haciendo trampa —escupe Dem. ¿Él? Él es un imbécil. Un cabrón grosero que piensa que las mujeres deben ser vistas y no oídas.
Es un placer demostrarle lo contrario. Incluso los otros parecen odiarlo. Pope sigue patrullando el apartamento y vigilando, pero los demás estaban