Capítulo 208.
El rubio giró el vendaje alrededor de su abdomen, presionando con más fuerza de la necesaria. Sus ojos, antes imperturbables, ahora vibraban con una tensión que no conocía en sí mismo. El color de sus iris se dilataba y se contraía, como si cada latido del corazón marcara también una pulsación en su mirada.
Valente no alzó la voz. No maldijo. No gritó. Evocó lo que hizo antes de salir de aquella comisaría solo se quedó ahí, de pie entre cadáveres y columnas agujereadas, mientras el humo comenzaba a disiparse.
Un error.
Uno.
Uno solo.
Y por ese error, el perro rabioso se había escapado.
Había matado a decenas, sí. Había humillado, asfixiado, hecho gritar. Pero nada de eso le devolvía lo que ese proyectil le arrebató; la perfección de su ejecución. Su diseño de lo que quería ver al irse de ahí.
—Esto no se repite —murmuró, apretando los dientes mientras veía los vehículos de su gente en ese sitio. Habían tardado demasiado para ser quienes eran. Uno de sus ejércitos más letales. Los mism