El fuego devoraba estructuras y asfixiaba a todos, con gases liberados por las explosiones y granadas de humo que se expandían con una violencia extrema. El rojo ardiente se reflejaba en las pupilas de los que aún quedaban vivos, obligados a arrastrarse por el suelo ennegrecido que retumbaba a cada nada con los helicópteros que caían y estallaban por todos lados.
Las alertas para que ningún civil se acercara ya estaban dadas y se enviaban por cualquier canal que llegara a todos. El perímetro estaba siendo sellado con rapidez, pero los ecos de la destrucción ya se habían extendido por toda Bergen, sabiendo que ese punto, en ese momento, era tierra de nadie. Helicópteros sobrevolaban con luces frenéticas en una guerra aérea, en la cual padre e hija le hacían frente a quienes creían que eran presa fácil. Porque no era así.
Las autoridades paralizadas por la magnitud del desastre, solo atinaron a preparar un cordón de contención que pudiera evitar bajas civiles. Deduciendo que aquel no