Capítulo 6
Fabiola se quedó a vivir en nuestra casa con la excusa de cuidar el embarazo. Y ninguno de los dos se molestaba en disimular su afecto frente a mí.

Toda la manada sabía muy bien lo de Ramón y Fabiola. Pero todos optaron por mirar hacia otro lado. Yo también decidí hacer lo mismo, para no sufrir más por esto.

Mientras tanto, empecé a trazar un meticuloso plan para alejarme de Ramón.

Aquella noche, justo cuando estaba por quedarme dormida, sentí un dolor punzante en el pecho, como si me clavaran un cuchillo y lo giraran sin piedad alguna.

A duras penas, me levanté y caminé directo hasta la puerta del cuarto de Ramón. Espié por la rendija.

Vi a Ramón abrazando y besando de forma apasionada a Fabiola, que estaba completamente desnuda.

Ella lo rodeaba con los brazos, se acurrucó en su cuello, soplándole con suavidad.

Él pareció notar mi mirada clavada justo en su espalda y quiso darse vuelta.

—No mires. Esta noche solo puedes mirarme a mí, mi guerrero —dijo Fabiola, apresurándose a sostenerle la cara con ternura y le dio un beso profundo.

Él respondió con la misma pasión de siempre, y pronto ya no podían separarse.

Sus manos recorrían su cuerpo con ansiedad, como si quisiera devorar cada rincón de ella.

Pocos segundos después, dejó de limitarse a besarla y se abalanzó como fiera sobre su cuerpo.

Sus cuerpos desnudos se fundieron en uno, pegándose con una intensidad difícil de soportar.

Ella se arqueó con delicadeza, envolviéndolo con sus piernas largas y suaves, entregándose por completo a la pasión.

Él ya la acariciaba entre las piernas, explorando sin pudor.

Y sin esperar más, la penetró con fuerza.

—¡Ah! ¡Quiero más! ¡Te amo! ¡Más fuerte!

Sus respiraciones entrecortadas y los gemidos se entrelazaban en la oscuridad del cuarto. Ella gritaba extasiada de placer.

Fabiola, aún entrelazada a él, giró levemente la cabeza hacia la puerta. Cuando me vio, esbozó una sonrisa cargada de burla y satisfacción.

—Ramón, dime, ¿quién tiene mejor cuerpo? ¿Mi hermana o yo?

—Tú, por supuesto —respondió él entre jadeos, sin pensarlo dos veces—.

—Menos mal que desde hace cuatro años la tenemos tomando esas pastillas para bloquear el vínculo. Si no, ¿no crees que se moriría al vernos así?

—Eres una diablilla muy lista. Claro que no puede enterarse. Pero ya sabes que amo a tu hermana… ¡solo que tú eres mucho más provocadora!

En ese instante, el dolor en mi pecho se desbordó como un incendio. No solo era el alma la que me dolía. También la carne, como si me desgarraran. Y dentro de mí, mi loba aullaba con una furia contenida.

Resultó que Ramón ya se había enredado con Fabiola mucho antes de viajar a la ciudad Oscura. Llevaban ya cuatro años juntos.

Fabiola me lanzó una mirada triunfante desde la cama, una sonrisa que destilaba una arrogancia y crueldad infinita. Todo esto había sido planeado desde el principio por mi hermanastra.

Mientras ellos seguían entregándose desenfrenados al deseo, el dolor dentro de mí se volvía insoportable. Ya me retorcía en el suelo, sin poder hacer nada al respecto.

Intenté gritar, pero de mi boca no salía ningún sonido.

No sabía qué me había hecho Fabiola, pero era evidente que había utilizado alguna técnica prohibida de nuestra manada.

—Fabiola, eres increíble en la cama —susurró Ramón, entre jadeos.

Y yo, sola, partida en mil pedazos por dentro, solo podía mirar. Mirar cómo ellos se fundían el uno en el otro, mientras yo me consumía en silencio.

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