El silencio se rompió con un crujido lejano. El suelo aún ardía con cicatrices de la última explosión, y en el aire se podía sentir… algo. Como un eco de lo que acababa de suceder.
Ian apretó más fuerte a Ciel contra su pecho, protegiéndola.
—No te soltaré —susurró, aunque sus labios temblaban de cansancio.
Jordan, con la espada aún en mano, dio un paso al frente. Sus ojos azules se clavaron en los de ella, pero su voz se dirigía a Ian.
—Si la lastimas una vez más, aunque sea por protegerla, serás mi enemigo.
—¿Y acaso no lo eres ya? —replicó Ian, su tono venenoso.
El choque de miradas entre ambos era como dos cuchillas a punto de cruzarse.
Leonardo, jadeante pero firme, se interpuso otra vez, extendiendo los brazos como una muralla.
—¡Ya basta! —tronó su voz, y hasta los guerreros de los clanes retrocedieron—. No entienden nada… Artaxiel no fue destruido.
Todos lo miraron, tensos.
Kaelion frunció el ceño.
—¿Qué insinúas?
Leonardo alzó su espada rota, y la punta aún brillaba con rastr