El aire se volvió insoportable, pesado como plomo, cuando Artaxiel se dejó ver por completo.
Su figura era alta, imponente, cubierta por un manto que parecía tejido con la misma oscuridad. Sus ojos ardían como brasas antiguas, y su sola presencia hizo que los cazadores restantes huyeran despavoridos, olvidando sus armas y gritos.
Leonardo retrocedió un paso, con la mano aún presionando su hombro herido.
—Padre… —escupió con un odio contenido—. Siempre llegas cuando la sangre ya lo cubrió todo.
Artaxiel no lo miró. Sus ojos estaban clavados en Ciel.
—Hija de mi linaje y de mi condena —su voz era un eco que retumbaba en cada rincón del bosque—. Tanto sufrimiento… solo porque se resisten a aceptar lo inevitable.
Jordan, tensando la mandíbula, se interpuso, aunque sabía que era como enfrentarse a un huracán con las manos vacías.
—Ella no es tuya, Artaxiel. Ni como arma ni como descendencia.
Artaxiel lo miró, y una carcajada grave retumbó como un trueno.
—¿No mía? —su sombra creció hasta e