CAPITULO 68

El campo estaba cubierto de polvo y cenizas, pero la presencia de Ciel seguía irradiando un poder que nadie podía ignorar. Flotaba apenas sobre el suelo, con la luz de sus ojos mezclando dorado y negro, y cada respiración suya parecía mover el aire a su alrededor como un viento cargado de electricidad.

Ian permanecía a su lado, todavía con heridas, pero firme. Sus manos sangraban, su pecho subía y bajaba con esfuerzo, pero no apartaba la mirada de Ciel. Cada vez que ella parpadeaba, él sentía que la misma vida le recorría las venas.

—Ciel… —dijo con voz rasposa, pero decidida—. Escucha mi voz. No importa lo que te diga él… ni lo que haga tu sangre. Yo estoy contigo. Siempre.

Ciel bajó lentamente la mirada hacia él, y en su interior un destello de calidez le recordó por qué había elegido aferrarse a su propia voluntad.

Jordan, por su parte, permanecía unos pasos atrás, con el ceño fruncido, los labios apretados. Su orgullo todavía herido lo impulsaba a no retirarse, pero la mirada que
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