El campo de batalla estaba devastado. Árboles arrancados, rocas partidas y cuerpos inmóviles marcaban el caos que la explosión de poder de Ciel había dejado atrás. El aire todavía vibraba con la energía que emanaba de ella, un pulso que hacía que la sangre de los presentes se agitara y la tierra temblara bajo sus pies.
Leonardo se levantó con dificultad, apoyándose en su bastón y observando a su hija. Sus ojos brillaban con orgullo y miedo mezclados:
—Ciel… nunca imaginé que serías tan fuerte… tan… completa.
Ciel lo miró, respirando aún con fuerza, pero firme en su postura. Su voz, aunque cansada, resonaba como un eco de autoridad:
—Padre… ya no soy la niña que temía a las sombras. Ahora soy yo misma. Y quienes quieran desafiarme… que lo intenten.
Ian permanecía a su lado, apoyando una mano en su hombro, como recordándole que no estaba sola. Sus ojos dorados, llenos de fuego, reflejaban la devoción y la determinación de un hombre que había arriesgado todo para protegerla.
—Eres increí