El aire abandona mis pulmones en el instante en que, Horacio, libera aquella confesión.
―¿Qué demonios, papá? ―le indica con frustración―. ¿Cómo se te ocurre inventar semejante barbaridad en un momento como este?
Ya no puedo seguir guardando por más tiempo este secreto. Mi hija necesita la sangre de su padre y considero que no es justo para Samuel, que siga ignorando el hecho de que esa pequeña que lucha por si vida dentro de aquel quirófano, es también hija suya.
Inhalo una profunda bocanada de aire y confirmo las palabras que el abuelo de Camila, acaba de decirle.
―Horacio, no está mintiendo, Samuel ―él se me queda mirando como si acabara de perder la razón―. Camila, es tu hija ―me relamo los labios debido a los nervios que siento―. Mi bebé lleva tu sangre dentro de sus venas.
Eleva sus cejas debido a la impresión que mis palabras le provocan. Sus ojos se abren tanto que estoy a punto de creer que se van a salirse de sus cuencas en cualquier momento.
―¿Qué estás diciendo, Abiga