Abigaíl y yo no hemos soltado nuestras manos desde que subimos a la ambulancia. El recorrido ha sido abrumador y desesperante, sin embargo, agradecemos a Dios que, Camila, se mantenga estable hasta este momento.
―¿Mi hija está bien?
Pregunta Abigaíl con desesperación a uno de los paramédicos que se encarga de la atención de nuestra pequeña.
―No lo sabremos hasta que el médico la evalúe y determine los daños que el proyectil ocasionó en sus órganos ―ella se tensa y aprieta mi mano al escuchar la respuesta que el profesional le ofrece―. Sin embargo, estoy impresionado con la fortaleza y resistencia que demuestra esta chiquilla, se está aferrando a la vida con todas sus fuerzas.
Ella suelta un sollozo, pero sonríe orgullosa con las palabras del paramédico.
―Siempre ha sido una niña fuerte y luchadora, a pesar de las vicisitudes por las que ha atravesado ―le explica al hombre con desconsuelo mientras se limpia las lágrimas con sus dedos―. No ha sido fácil para ella ―niega con la cabez