Amaia.
Cuando el automóvil se detuvo frente a la mansión de Los Belmonte, tardé unos segundos en bajar. Algo dentro de mí me decía que no ingresara a ese lugar. Sin embargo, ignoré esa sensación y crucé la puerta principal.
—Señora Mountbatten —saluda el mismo mayordomo.
—Buenas noches, señor...
—Soy Bottom, puede decirme mayordomo Bottom.
Asiento.
— ¿Le gustaría cenar?
Dudo, mi estómago me suplica que acepte, pero mi cerebro lo rechaza de inmediato. Sin embargo, antes de dar una respuesta la puerta de la entrada vuelve a abrirse.
Gael ha llegado.
Las empleadas se apresuran a recibir su abrigo, guantes y sombrero. Los movimientos son precisos, elegantes y casi coreográficos. Permanezco en silencio mirando el espectáculo. Él se percata de mi presencia y arquea una ceja con diversión.
—Vaya, de verdad viniste en el coche que envié por ti.
El sarcasmo en su tono consiguió que mi mirada entrecerrada expresando mi fastidio.
—Si no necesitabas hablar conmigo, no debiste enviarlo. Me has he