Inicio / Romance / El sabor del pecado / #2 El hombre de la montaña
#2 El hombre de la montaña

Gabrielle

Gunnar devoró mi boca con una urgencia que me robó el aliento, saboreándome como si fuera agua en medio del desierto. Sus labios eran exigentes, su barba áspera raspaba mi piel sensible, y la fuerza de su mano en mi nuca me mantenía anclada a él.

Gemí, abriendo la boca para dejarle entrar, y su lengua invadió mi espacio, dominante y húmeda, imitando lo que estaba por hacerme. No había técnica refinada, solo una necesidad brutal y honesta. Me llevó hacia atrás hasta que mi espalda quedó contra la alfombra de piel frente al fuego.

El peso de Gunnar sobre mí fue aplastante y glorioso. Se incorporó, quedando de rodillas entre mis piernas, y me miró como un depredador a una presa que ha dejado de luchar. Sin una palabra, tomó el borde de mi camiseta y rasgó la tela.

—Gunnar... —jadeé, expuesta ante su mirada voraz.

—Hermosa —dijo con voz ronca, sus manos grandes y ásperas cubriendo mis pechos, amasando mi carne con una posesividad que me hizo arquear la espalda—. Tan pequeña. Tan suave.

No hubo juego previo prolongado. En verdad, mi coño ya estaba palpitando, empapado en anticipación por él. Y el autocontrol de Gunnar se había roto en el momento en que dejé caer la manta. Sus dedos deslizaron el cierre de su pantalón y liberó su erección.

Abrí las piernas por instinto, dejando mis pliegues húmedos expuestos, Gunnar gruñó bajo y animal. Se colocó entre mis muslos, separándolos con sus rodillas, abriéndome completamente.

—Mírame —ordenó, agarrando mis caderas con fuerza, sus dedos hundiéndose en mi piel—. Quiero ver cómo me recibes.

Posicionó la cabeza de su miembro en mi entrada resbaladiza y empujó. Sentí cómo su grosor separaba mis labios y me estiraba dolorosamente. Entró en mí de una sola estocada brutal, rompiendo cualquier resistencia, forzando mis paredes internas a expandirse para acomodar su tamaño desmedido.

Grité, una mezcla de dolor y placer, sintiendo como mi canal se dilataba para recibir su grosor. Gunnar gruñó, echando la cabeza hacia atrás, los tendones de su cuello marcados por la tensión.

—Joder… aprietas tanto... —susurró entre dientes, comenzando a moverse.

No era un ritmo suave. Eran embestidas profundas, primitivas. Se inclinó sobre mí, capturando mis labios de nuevo en un beso sucio y desesperado, ahogando mis gemidos con su boca mientras abajo me embestía sin piedad.

El sonido de nuestros cuerpos chocando resonaba en la habitación. Follaba con la fuerza de la naturaleza que rugía afuera, implacable. Me aferré a sus anchos hombros, clavando las uñas, mientras él me penetraba una y otra vez, frotando ese punto exacto en mi interior que me hacía ver las estrellas.

—Mía —habló contra mi boca, mordiendo mi labio inferior—. Eres mía ahora.

La fricción era fuego líquido. Sentía cada centímetro de su miembro rozando mis paredes sensibles, entrando y saliendo con una succión que me estaba volviendo loca. La sensación de estar tan llena, tan dominada por ese hombre, despertó algo en mi vientre. Arqueé la espalda, ofreciéndole más, buscando más fricción.

—Gunnar, por favor… —supliqué, sin saber si pedía que parara o que no se detuviera nunca.

Él aumentó el ritmo, sus manos sujetando mis caderas para mantenerme en mi lugar mientras recibía cada centímetro de él.

—Voy a llenarte, Gabrielle —me advirtió, su voz rota por el placer inminente—. Voy a dejarlo tan profundo dentro de ti que me sentirás por días. Quiero asegurarme de que sepas a quién perteneces ahora.

Las palabras, sucias y directas, fueron el detonante. Me deshice bajo su cuerpo.

Gunnar empujó en mi interior unas veces más antes de dejarme sentir como me llenaba con su liberación. Enterró el rostro en mi cuello, inhalando mi aroma.

Cuando terminó, no se apartó. Ni siquiera se movió. Se quedó sobre mí, su peso inmenso sofocándome de la manera más deliciosa posible, manteniéndose enterrado en mi interior mientras nuestros alientos se mezclaban en el aire frío de la cabaña. Por instinto, apoyé mis manos en su espalda, queriendo mantenerlo ahí.

Pasaron minutos enteros. Solo se escuchaba el chasquido de la leña y nuestros corazones intentando sincronizarse.

—Gunnar... me aplastas —susurré, aunque mis brazos aún rodeaban su espalda, contradiciendo mis palabras. No quería que me soltara.

Él levantó la cabeza lentamente, apoyándose en sus antebrazos para mirarme. Su rostro estaba relajado, la tensión salvaje había desaparecido, reemplazada por una satisfacción perezosa y arrogante. Bajó la mirada hacia donde nuestros cuerpos seguían unidos, viendo cómo su ingle presionaba contra la mía, sellándome.

—No voy a salir todavía —dictaminó con voz grave, pasando su pulgar por mi labio hinchado—. Quiero asegurarme de que te quedes con hasta la última gota.

Un escalofrío me recorrió la columna, mezcla de vergüenza y una excitación oscura. Él se acomodó mejor, rodando sobre su costado pero llevándome con él, sin romper el vínculo, manteniendo mi pierna enganchada sobre su cadera para que él siguiera dentro de mí mientras nos abrazábamos.

Me acurruqué contra su pecho ancho, aspirando ese aroma a bosque y sexo que ahora impregnaba todo.

—Ahora hueles a mí —murmuró, hundiendo la nariz en mi cabello, aspirando profundo—. Si alguien te encontrara ahora, sabrían exactamente a quién le perteneces, Gabrielle.

—Nadie va a encontrarme —respondí, cerrando los ojos y dejando que su calor me consumiera.

—Exacto —dijo él, acariciando mi cabello en un gesto que contradecía la brutalidad con la que acababa de follarme —. Eres mía ahora, Gabrielle.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP