Las horas transcurrían lentamente, cada minuto se sentía como una eternidad en la sala de espera del hospital. Grecia miraba el reloj de pared; sus manecillas avanzaban con una lentitud agonizante. Todo estaba listo para la operación de Guillermo, y aunque su mente intentaba aferrarse a la esperanza, su corazón estaba lleno de ansiedad. Tenía miedo de que algo le pasara; el solo hecho de imaginar que tal vez ya no iba a escuchar su voz llamándola “bonita” la angustiaba. ¿Acaso significaba que lo amaba y no se había dado cuenta? Era algo que tenía que descubrir. El sonido del llanto del bebé en brazos de Ernesto le traía un poco de calma al saber que no estaba sola en un momento tan crucial, pero no podía evitar que la preocupación la consumiera.

—Tranquila, todo va a estar bien —dijo Ernesto, acercándose a ella con ternura. El gesto de él la reconfortaba, aunque en el fondo sabía que su presencia también traía consigo una lucha interna, porque Guillermo no lo quería cerca de ella.