En el quirófano, la atmósfera era tensa, todos estaban cargados de estrés, haciendo todo lo posible por salvarle la vida. Las luces brillantes iluminaban la mesa de operaciones, donde Guillermo yacía, pálido y vulnerable, rodeado por un equipo médico que trabajaba con precisión y determinación. El sonido constante de los monitores llenaba el aire, marcando el ritmo de su vida con pitidos que resonaban como un tambor en el fondo de la sala.
Mientras el equipo médico trabajaba con precisión en el quirófano, Guillermo yacía bajo los efectos de la anestesia, sumido en un profundo sueño. En su mente, un paisaje onírico comenzaba a tomar forma, un lugar donde la realidad se entrelazaba con sus deseos y recuerdos más profundos.
En ese mundo etéreo, Guillermo se encontró en un prado bañado por la luz dorada del sol. El aire era fresco y fragante, lleno de aromas de flores silvestres que nunca había olfateado en la vida real. A lo lejos, vio a Grecia, su amor, corriendo hacia él con una sonris