Laura se acercó a Miranda con una actitud prepotente, mirándola de arriba abajo con desdén.
—¿Se puede saber qué haces aquí? —preguntó Laura, con una sonrisa burlona que no lograba ocultar su desdén.
Miranda, adoptando la misma actitud desafiante, le respondió con altivez:
—Vine a apoyar a Luis Fernando, supe lo de su madre.
—Ja, no me hagas reír. Conozco a las mosquitas muertas como tú; solo buscan meterse con hombres casados para ver qué pueden sacar —replicó Laura, cruzando los brazos.
Pablo, que se encontraba detrás de Laura, solo observaba con atención. “Estas dos fieras se van a devorar entre sí. Esto comienza a ponerse bueno”, pensó, disfrutando del espectáculo.
Miranda apretó los puños, mientras la ira burbujeaba en su interior. Sus ojos estaban rojos y brotados, sintiendo que ya no podía aguantar más.
—Ah, pero si de eso se trata, tú tienes mucha más experiencia que yo —respondió Miranda, con una sonrisa sarcástica.
Laura la miraba extrañada, sin sab