El ambiente era tenso en la oficina, Grecia estaba ansiosa por saber cual era la verdad detrás de lo que sabía Ernesto. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando los documentos esparcidos sobre la mesa. En el aire, se sentía una mezcla de ansiedad y determinación. Grecia, con una mirada desafiante, cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Y bien, Ernesto? Estoy esperando una explicación —dijo con firmeza.
Ernesto, visiblemente nervioso, tomó un respiro profundo.
—Muy bien, Grecia. Te voy a decir la verdad, pero antes debes prometerme que no le dirás a Guillermo que fui yo quien te lo dijo.
Grecia frunció el ceño, intrigada por la revelación que estaba a punto de recibir.
—¿Pero por qué no quieres que Guillermo lo sepa? ¿Acaso se trata de algo malo?
Ernesto se movió en su silla, buscando las palabras adecuadas.
—La verdad es que estoy seguro de que para Guillermo no debe ser nada agradable que tú lo sepas.
—Ya déjate de rodeos, Ernesto. Dime qué es lo qu