Al salir del edificio, el aire frío de la ciudad la golpeó en la cara; sin embargo, no sentía el frío. Su corazón estaba helado por el dolor. Caminó sin rumbo, sin saber a dónde ir o a quién acudir. Ya no tenía a sus padres, no contaba con amigos que pudieran ayudarla; todo lo que veía a su alrededor se desvanecía.
Las calles de Nueva York, que alguna vez le habían parecido llenas de posibilidades, ahora se sentían vacías y solitarias. “Dios mío, no sé qué voy a hacer. No tengo dinero, ni dónde pasar la noche”, pensó mientras caminaba con la mirada perdida. Se detuvo en una esquina, apoyándose contra una pared, mientras las lágrimas caían por su rostro; se sentía débil. Había dejado la mansión de los Ripoll con la esperanza de recuperar a Luis Fernando, pero ahora se sentía más sola que nunca. Sin embargo, en medio de su desesperación, una chispa de determinación comenzó a encenderse dentro de ella. Sabía que no podía dejar que Laura y Luis Fernando la destruyeran. Tenía que levantarse y reconstruir su vida con los pedazos que quedaban de sí misma. Con cada paso que daba, se prometió a sí misma que no permitiría que la traición definiera su futuro. Necesitaba encontrar una manera de demostrar su inocencia y recuperar su dignidad. Sin darse cuenta, llegó caminando al restaurante lujoso donde había trabajado durante mucho tiempo antes de casarse con Luis Fernando. Al entrar allí, se sintió un poco más en casa. Fue un gran alivio cuando sus antiguos compañeros la recibieron con calidez, y se dio cuenta de que aún había personas que creían en ella y la estimaban. Mercedes, la gerente de la cafetería, al verla tan afligida, se acercó con preocupación. —Grecia, qué bueno verte después de tanto tiempo. ¿Pero qué tienes, te sientes mal? No pudo evitar romper en llanto; se sentía demasiado cargada de dolor y estaba muy cansada de todo lo que había caminado. —Grecia, ¿qué tienes? ¿Te sientes mal? Ven, sentémonos en esta mesa para que descanses un poco. ¿Quieres tomarte algo? Asintió, sintiéndose realmente sedienta y exhausta. —Sí, por favor, necesito un poco de agua. —Ven, toma y cuéntame por qué estás así. Pensé que estarías feliz en tu matrimonio. ¿Acaso pasó algo? No aguantó el dolor que llevaba dentro de su corazón, y sin pensar en los elegantes comensales que se encontraban a su alrededor, rompió en llanto. Tenía la necesidad de desahogarse con ella; a pesar de haber sido su jefa, siempre se había comportado como una buena amiga. —Lo que pasa es que hay unas fotos que me inculpan y me hacen ver como si le fui infiel a Luis Fernando. Ahora no quiere saber nada de mí. Y lo peor de todo es que fui a buscarlo a la empresa y me encontré con que se estaba besando con su ex prometida. —Lo siento mucho, Grecia. La verdad es que no me imaginé que estuvieras pasando por algo así. —No quiere creerme, me echó de su vida. Sus padres tampoco quieren verme, pero estoy segura de que detrás de todo esto está involucrada Laura. Ella nunca aceptó que Luis Fernando la dejara para casarse conmigo. —Tranquila, Grecia. Todo se va a arreglar. Por lo pronto, ven, tómate este té para que te calmes. Te voy a servir algo de comer. —No, por favor —le dijo, llena de angustia; sabía que los platos eran carísimos y el único dinero que tenía lo había gastado en el taxi—. No me sirvas nada. Es que no traigo dinero para pagar. Salí de la mansión de los Ripoll solamente con lo que llevo puesto. Me despojaron de todo y no tengo ni siquiera dónde pasar la noche. —Dios mío, cuánto lo siento, Grecia. Pero tranquila, la comida es cortesía de la casa. Sería una alternativa que pudieras regresar a trabajar aquí. Aunque ahora hay un nuevo dueño, sería cuestión de que yo hablara con él para ver si acepta que regreses a tu antiguo puesto. —¿En serio harías eso por mí, Mercedes? —Claro que sí. Aparentemente es un buen hombre, un poco callado, pero desde que compró el restaurante, las cosas han marchado mucho mejor. Es chef, y no sabes los platos exquisitos que cocina. —Me gustaría conocerlo para pedirle que me dé trabajo aquí en el restaurante. La verdad es que con las propinas que ganaba, me iba muy bien hasta que renuncié para casarme con Luis Fernando, creyendo que mi vida iba a mejorar, pero ya ves. —No te aflijas más, Grecia. Todo va a salir bien. Por lo pronto, come algo y descansa, mientras yo voy a hablar con Guillermo. —¿Guillermo? —preguntó, intrigada. —Sí, así se llama el nuevo dueño del restaurante, Guillermo Lombardo. Es un hombre joven, pero muy maduro para su edad. Tiene un carácter especial, pero tengo fe de que pueda ayudarte. Se quedó ansiosa esperando que Mercedes le presentara a Guillermo. Era su única esperanza de poder trabajar de nuevo en el restaurante y, de alguna manera, regresar a la vida que tenía antes de casarse con Luis Fernando. Después de unos minutos, Mercedes apareció nuevamente en la mesa con una sonrisa, mientras ella tragaba el último bocado de la rica comida que le había traído; tenía mucha hambre y se había devorado todo. Mercedes tenía razón, el chef cocinaba delicioso. —Todo listo, Grecia. Ven conmigo a la cocina, que quiere conocerte. —¿A la cocina? —Sí, te va a entrevistar allí. Es que no se despega ni un segundo de la cocina; él dirige a todos porque se esmera mucho en que todos los platillos salgan a la perfección. Se levantó de la mesa un poco nerviosa. Estaba a punto de conocer al que sería su nuevo jefe. Tenía miedo de que no le cayera bien, pero no le quedaba otra alternativa: era eso o irse a la calle. —Guillermo, quiero que conozcas a Grecia. Ella trabajó mucho tiempo en el restaurante como mesera. Ambos se miraron fijamente a los ojos. Guillermo resultó ser un hombre muy apuesto, un poco serio, pero definitivamente guapísimo. Su mirada transmitía algo de misterio que lo hacía ver muy interesante. —Mucho gusto —dijo ella, extendiendo su mano. Él dejó de cortar en rebanadas el pescado que estaba preparando y le estrechó la mano. —Así que tú quieres trabajar de nuevo en el restaurante. Soy Guillermo Lombardo, dueño y chef de este lugar. Soltó su mano y continuó preparando el enorme pescado. En ese momento, sintió un asco tan grande que quería vomitar. No pudo evitar salir corriendo buscando el baño, ante la cara de sorpresa de Guillermo y Mercedes que no comprendían lo que le pasaba. —¿Y esta es la chica que estás recomendando para trabajar en mi restaurante? ¡Y no soporta el olor a pescado! No me hagas reír, Mercedes —exclamó Guillermo sin dejar de rebanar el enorme pescado. Mercedes, toda nerviosa por la forma tan despectiva como Guillermo había hablado, intentó justificarla: —Guillermo, discúlpala, por favor. Lo que pasa es que ha tenido un día muy difícil y no había comido nada. Como le di algo de comer, tal vez eso le cayó mal. Pero déjame ver qué le pasa y enseguida estamos contigo. Mercedes salió corriendo tras de ella y entró al baño mientras ella estaba devolviendo todo lo que se había comido en el restaurante. Abrió el agua del lavabo y se echó agua fría en la cara. —Grecia, ¿te sientes bien? Estás pálida. —Ya se me pasó. Sentí unas ganas horribles de vomitar cuando sentí el olor a pescado. Estoy un poco mareada. Mercedes, sorprendida, le dijo: —Pero qué extraño. Si ya deberías estar acostumbrada; trabajaste mucho tiempo aquí en el restaurante y sabes que hay olores fuertes de ciertos platillos. Pero tranquila, lávate bien la cara y regresemos. Guillermo te está esperando. —Sí, déjame tomar un poco de aire porque me siento muy mareada. Esto me ha pasado últimamente; debe ser todo el estrés que me rodeaba en la mansión Ripoll. Mercedes la miró con el ceño fruncido y le dijo algo que aumentó aún más sus problemas: —Dices que tienes náuseas y mareos. ¿Desde cuándo estás sintiendo esto, Grecia? —Bueno, la verdad es que tengo días sintiéndome un poco mal, pero asumí que se trataba solo del estrés, porque vivir en la mansión junto a los padres de Luis Fernando es casi toda una hazaña. Pero, ¿por qué me lo preguntas? —Es que me da la impresión, por los síntomas que tienes, que tal vez puedas estar embarazada. Abrió los ojos con una expresión de asombro. Era algo que no se esperaba. —¿Embarazada? ¿Has dicho embarazada? No, eso no puede ser. Yo no puedo estar embarazada y menos ahora que Luis Fernando me dejó. —A ver, Grecia, ¿por qué no puedes estar embarazada? ¿Acaso te cuidabas cuando estabas con Luis Fernando? Ya tienes un año de casada desde que te fuiste de aquí. No sé, ¿no te parece que sería lógico que lo estuvieras? Se quedó pensativa, mirando a un punto fijo de la pared. De pronto, vinieron a su mente todas las veces que estuvo con él sin cuidarse. Se sentía muy segura a su lado, porque su matrimonio marchaba bien a pesar de que sus padres no la aceptaban y de la sombra de Laura que siempre estuvo al acecho para que lo suyo se acabara. —Sí, tienes razón. Nunca me cuidé. Pero, ¿por qué salir embarazada ahora y no antes, cuando estaba con él y todo era maravilloso? La verdad es que si esto es cierto, no sé qué haré. —Tranquila, Grecia. Primero que nada, vamos a regresar con Guillermo para que termine de entrevistarte. Y no le vayas a mencionar lo de las sospechas del embarazo, porque si llegas a decirle eso, no te daría el empleo. Trató de relajarse y regresó a la cocina para retomar su entrevista con Guillermo, quien se portó un poco distante. Era su personalidad; tenía un carácter muy especial, como había dicho Mercedes. Pero no le quedaba otra alternativa sino aceptar lo que el destino le estaba poniendo por delante. —Tienes el trabajo, Grecia, pero no será como mesera, porque ya los puestos están cubiertos. Necesito una asistente de cocina y no sé si estarás dispuesta a aceptar el empleo después de lo que acabo de ver. Tragó grueso, respiró hondo; no sabía nada de cocina, pero pensaba en lo grave de su situación y le respondió con seguridad: —Acepto el empleo. La verdad es que necesito el trabajo urgente. —Muy bien, comienzas mañana a primera hora. Te espero aquí puntual. Se quedó mirando todo a su alrededor, y él, extrañado de que no se terminaba de ir, le dijo: —Te puedes ir. Mañana te espero a primera hora. ¿Acaso no me escuchaste? —Sí, claro que lo escuché, solo que me quedé pensando en que no tengo a dónde ir. Guillermo frunció el ceño, sin entender lo que le estaba pasando. —¿Cómo que no tienes a dónde ir? —No, no tengo a dónde ir. La historia es muy larga y la verdad no quiero abrumarlo con mis problemas cuando apenas ni siquiera he comenzado a trabajar con usted. Pero no tengo dónde quedarme esta noche. Guillermo se quedó mirándola pensativo. En ese momento, llegó a imaginar que tal vez se arrepentiría de haberla aceptado para trabajar en el restaurante. Pero, para su sorpresa, le dijo con seriedad: —Si no te importa, puedes dormir en mi oficina. Es lo único que puedo ofrecerte por el momento. Dile a Mercedes que te ayude a instalarte allí, pero solo por unos días. Cuando reúnas el dinero suficiente, deberás buscarte un sitio donde dormir. Es todo. Puedes irte —le dijo con frialdad, sin mirarla a los ojos y concentrado en el plato que estaba preparando. —Muchas gracias, señor Guillermo. De verdad no tengo cómo pagarle. —No me des las gracias, me lo pagarás trabajando y llegando a mi cocina muy puntual —le decía esquivando mirarla a los ojos, pero cuando estaba a punto de salir de la cocina, la detuvo. —Espera, una última cosa. —Dígame, señor Guillermo. —Se trata de eso justamente, no me digas señor, solo Guillermo. —Muy bien... Guillermo, hasta mañana y gracias nuevamente. Salió de allí muy aliviada; Guillermo se quedó preparando su pescado con una expresión de seriedad, como era habitual en él. Pero de pronto alzó la mirada y vio cómo se alejaba de la cocina; apenas sonrió. “Es una chica muy hermosa, pero algo extraña”, pensó y continuó con su preparación. A pesar de que el día había sido una verdadera pesadilla para ella, tenía la esperanza de que las cosas comenzaran a enderezarse dentro del tormento por el que estaba pasando. No era mucho lo que había encontrado, pero en medio de su desastre, era más que suficiente. Al menos iba a tener dónde pasar la noche y, además, un plato seguro que comer. —¿En serio te va a dejar quedar en su oficina? No te lo puedo creer. No le gusta que nadie entre a su oficina, ni siquiera a mí me deja entrar sin que él esté presente —le dijo Mercedes, sorprendida. —Sí, me pidió que te dijera que me ayudaras a acomodarla para poder pasar la noche allí, pero me advirtió que solo sería por unos días. —Muy bien, vamos, que para luego es tarde. Ahí hay un sofá cama y sé que vas a sentirte bastante cómoda. Pero mañana te voy a traer una prueba de embarazo, porque debemos salir de dudas. Esos síntomas que tienes me preocupan, porque de estar embarazada, Guillermo te correría enseguida. Pero por lo pronto, trata de descansar esta noche todo lo que puedas y mañana será otro día. —Gracias, Mercedes. Sabía que podía contar contigo. Cuando Mercedes estaba a punto de salir de la oficina, la llamó nuevamente, angustiada. —Mercedes. —Dime, Grecia. —Es que necesito... Ella enseguida adivinó sus pensamientos. Era obvio lo que estaba a punto de pedirle. —Tranquila, Grecia. Ya sé lo que me vas a decir. No te preocupes, mañana te voy a traer algunas cosas de uso personal y te traeré algo de mi ropa para que te cambies y puedas trabajar. —Gracias, Mercedes. —Ahora sí me voy, porque tengo que cerrar la caja, arreglar cuentas y cerrar el restaurante. Cualquier cosa, me puedes llamar con el teléfono de la oficina. Ya sabes el número de casa. Que descanses. Nos vemos mañana temprano. Mercedes se fue y ella se quedó allí, en aquella lujosa oficina, que era mucho más de lo que podía pedir. Abrió el sofá cama y allí se acomodó. Se sentía bastante cómoda, al menos mucho mejor que en aquella mansión, rodeada de tanto lujo ostentoso que, en el fondo, nunca le hizo feliz. Estaba tan exhausta que ya no tenía ganas de seguir llorando, o tal vez era que ya no le quedaban lágrimas que derramar. Se quedó profundamente dormida hasta la mañana siguiente.