La tarde caía sobre la mansión de Guillermo, el lugar estaba rodeado de una energía inquietante. La patrulla de policía, con sus luces parpadeantes y las sirenas sonando, se detuvo frente a la imponente entrada. Dos agentes, serios y corpulentos, salieron del vehículo, sosteniendo firmemente la orden de arresto en sus manos. El ambiente se sentía cargado de tensión; los curiosos que se encontraban en los alrededores se quedaron atentos, presintiendo que algo malo estaba a punto de pasar.
Dentro de la mansión, Matilde hacía sus deberes sin ninguna preocupación, ignorando el revuelo que se avecinaba. Había estado ocupada en la cocina, preparando un té que nunca llegaría a servir. Su mente divagaba, pensando que Guillermo y Grecia seguramente habían salido a algún lugar, ya que ninguno de los dos había pasado la noche en la casa. No podía imaginar que, a solo unos minutos de distancia, su destino estaba a punto de cambiar drásticamente. Su plan macabro de acabar con la vida de Grecia