El Cuervo y Susana estaban sumidos en la desesperación al ver que estaban acorralados, se les estaba acabando los medios de supervivencia, y no iban a poder estar mucho más tiempo escondidos en ese hotel de mala muerte. En medio de su acalorada discusión, se sintieron en peligro cuando, de repente, el golpe en la puerta se escuchó con fuerza. Ambos se miraron abriendo los ojos de forma exagerada, mientras el miedo se reflejaba en sus rostros. Comenzó a invadirlos el miedo de quien podía ser, sintiéndose perdidos y sin ninguna escapatoria.
—¿Quién será? —susurró Susana, con su voz entrecortada y las piernas temblando de miedo.
Mientras el corazón del cuervo latía desbocado como si se quisiera salir de su pecho.
—¿Qué hacemos? —le preguntó Susana con el rostro pálido como si estuviera a punto de desmayarse.
—No sé, déjame acercarme a la puerta a ver si puedo escuchar algo. —le dijo el Cuervo visiblemente nervioso.
—¡No! No lo hagas, no hagas ruido. —le susurró Susana hecha un