El ambiente en la oficina era tenso, y Ernesto estaba sorprendido al escuchar la inesperada determinación de Guillermo.
—¿Estás seguro de esa decisión, Guillermo? —insistió Ernesto, incrédulo.
—Sí —respondió Guillermo, con un tono de voz firme pero cargada de emoción—. Después de enterarme de mi enfermedad, no tengo nada más que perder. Además, Grecia es la mujer que más amo en la vida. No tengo más familia que ella y el hijo que espera.
—Pero ese hijo no es tuyo, Guillermo. Deberías reconsiderar tu decisión... Creo que...
Guillermo lo interrumpió, levantándose de la silla de forma abrupta y golpeando el escritorio con un puño.
—¡Ese hijo es mío y eso no tiene discusión! —exclamó, alzando la voz y sorprendiendo a Ernesto con su alteración. —Padre es el que cría, y si Dios me da vida para cuando ese niño nazca, voy a darle mi apellido.
—Cálmate, no quise molestarte —respondió Ernesto, intentando mantener la calma—. Solo creo que es una decisión muy radical.
—¿Radical? Por