Luis Fernando caminaba de un lado a otro de la enorme sala, frotándose las manos y llevándoselas a la cabeza. Realmente estaba muy preocupado por Laura.
“Esto es mi culpa” —se decía mentalmente, asomándose a través de la ventana para ver si la veía llegar—. “No debí casarme con Laura amando a Grecia; le estoy haciendo mucho daño y ella no se lo merece.”
—Vas a abrir un hueco en el piso, Luis Fernando —le dijo Greta mientras bebía una taza de café—. ¿Se puede saber qué te pasa que estás tan agitado?
Luis Fernando titubeó por un momento. No quería decirle nada a su madre, pues sabía que eso desataría un problema mayor. Sin embargo, Pablo, que también se encontraba presente, no dudó en comentar:
—¿Estás así porque Laura no pasó la noche en la mansión?
Luis Fernando lo miró, haciendo un gesto con los ojos que le indicaba que se callara.
—¿Cómo que Laura no durmió en la mansión? —dijo Greta, asombrada—. ¿Me puedes explicar, Luis Fernando?
Luis Fernando echó una mirada a Pablo