Grecia miraba a Luis Fernando, completamente sorprendida por su reacción. Lo que debería haber sido un momento de alegría y celebración tras la decisión del juez se había tornado en una atmósfera pesada y sombría. Luis Fernando tenía los ojos perdidos en el vacío, como si estuviera atrapado en un laberinto de pensamientos oscuros que lo consumían.
—Luis Fernando, mi amor, ¿qué tienes? —le preguntó Grecia, angustiada y con la voz temblorosa llena de preocupación—. ¿Quién te llamó? ¿Por qué te has puesto tan serio de repente?
Luis Fernando, aún en shock, buscó la silla donde minutos antes había estado sentado y se dejó caer en ella, como si el peso del mundo cayera sobre sus hombros. Sentía que las piernas le temblaban, y que en cualquier momento podía desplomarse en el piso. Su rostro estaba fruncido, y su expresión mostraba que no terminaba de asimilar lo que había escuchado. Grecia se acercó a él, tratando de descubrir la causa de su reacción, mientras su corazón latía con fuerza, te