Luis Fernando había llevado a Grecia a un lugar muy apartado de Cancún, un rincón escondido donde la belleza natural era tan imponente que le quitaba el aliento a cualquiera. La playa era un auténtico paraíso: la arena blanca y suave se extendía como un manto, mientras las aguas cristalinas mostraban un hermoso color azul que daba la sensación de unirse con el mar. Era un paisaje digno de reyes, un refugio perfecto para celebrar su amor, en esta nueva etapa de casados.
Cerca de la orilla, se encontraba una pequeña cabaña pintoresca, con paredes de madera y un techo de palma que se movía suavemente con la brisa del mar. El lugar estaba rodeado de palmeras que danzaban al ritmo del viento, mientras se escuchaba el sonido que hacían las olas, lo que hacía que el ambiente se sintiera tranquilo y muy relajante. Todo aquel paraíso, era precisamente lo que Luis Fernando había deseado obsequiar a Grecia, un lugar apartado que los alejara al menos por unos días, del bullicio y los conflictos