Joaquín y Aimé regresaron a la casa, pero ella no podía quitarse la ansiedad de encima.
—¿De verdad se quedará con la empresa y todo lo que construyó mi padre? —preguntó Aimé, su voz temblando con la mezcla de preocupación y rabia contenida.
Joaquín la miró, sus ojos oscilando entre la preocupación por su sobrina y la firmeza de su experiencia.
—Tranquila, mi niña —respondió con calma, intentando infundirle algo de paz—. Confía en tu tío y en tu padre, recuerda que más sabe el diablo por viejo que por diablo. La felicidad de ese hombre no durará mucho, lo siento en el aire.
Aimé sintió un pequeño alivio al escuchar sus palabras, pero la sombra de la traición seguía anclada en su pecho.
—Gracias, tío —dijo con voz quebrada, intentando sonreír, pero los sentimientos de desesperación no la dejaban descansar. Lo miró y asintió, buscando fuerza en sus palabras.
***
Mientras tanto, Martín llegó a casa con un brillo extraño en los ojos. La botella de licor en su mano parecía pesar menos de lo