Joaquín estaba fuera de sí, su furia era palpable. Sin siquiera mirar a su alrededor, ordenó a sus guardias con un tono cortante:
—¡Llamen al abogado, ahora mismo!
Los oficiales lo escoltaban, pero Joaquín no podía aceptar lo que estaba ocurriendo. Se resistía a la idea de ser tratado como un criminal.
—¿Qué significa esto? ¡Soy un hombre inocente! —gritó, su voz resonando en los pasillos.
Uno de los oficiales lo miró con frialdad y respondió con indiferencia.
—Eso tendrá que aclararlo en la comisaría.
Justo entonces, sus hijos, Ónix y Rafael, aparecieron, sus rostros reflejaban una mezcla de sorpresa y temor.
—¡Papá! —exclamó Ónix, avanzando hacia él con la desesperación de quien ve cómo su mundo se derrumba.
Joaquín intentó mantener la compostura por ellos. Inspiró profundamente, y con una mirada que intentaba transmitir tranquilidad, le pidió a su hijo:
—Estaré bien, hijo. Llama al abogado y cuida a tu madre.
Diana, su esposa, apenas podía contener las lágrimas. Ella sollozaba sin c