A la mañana siguiente, el sonido del despertador me arrancó del sueño. Alex aún dormía profundamente a mi lado, con el brazo extendido sobre mi cintura. Su respiración era tranquila, uniforme, pero algo en su postura me pareció… distinta. No sabría explicarlo: menos relajada, menos suya.
Me quedé unos segundos observándolo, acariciando su mejilla con la yema de los dedos. Se movió apenas, entreabrió los ojos y me sonrió con suavidad.
—Buenos días, amor —murmuró, besándome la frente.
Respondí a su beso, pero la sensación persistía, como si la sonrisa hubiera sido ensayada. Me forcé a pensar que era el cansancio acumulado del viaje, que todo lo demás eran imaginaciones mías.
Mientras preparaba café en la cocina, el cachorro se acercó a él moviendo la cola, como siempre. Pero en vez de recibirlo con esa alegría exagerada que solía tener, Alex se agachó torpemente, lo acarició un par de segundos y luego lo apartó, como si no supiera muy bien cómo lidiar con tanta energía. El perro se qued