Esa noche, después de un día lleno de trabajo, risas y café compartido con Alex, nos dirigimos a casa de mis padres. La decisión de intentar ser padres ya estaba entre nosotros, y queríamos que la familia lo supiera de primera mano, con nuestro abrazo y nuestras sonrisas.
Alex conducía con calma, y yo iba a su lado, entrelazando mi mano con la suya. El cachorro dormía plácidamente en su cesta, ignorante de la emoción que se cocía en el aire. Cada tanto me miraba y sonreía, como diciendo: “Hoy todo será perfecto”.
—¿Estás lista para dar la noticia? —susurró, rozando suavemente mis dedos con los suyos.
—Sí… contigo a mi lado, siempre —respondí, apoyando mi cabeza en su hombro.
Al llegar, fuimos recibidos con abrazos cálidos. Mis padres me abrazaron primero, como siempre, pero noté la mirada expectante en sus ojos; intuían que algo importante traíamos entre manos. Alex saludó con su naturalidad característica, sonriendo y bromeando suavemente, lo que alivió cualquier tensión inicial.
Nos