Me quedé hablando con mi suegro, sonriendo en los momentos que correspondían, respondiendo con frases cortas que parecían interesarlo, pero por dentro, mis oídos estaban puestos en el pasillo. Intentaba distinguir cualquier voz, cualquier palabra que delatara lo que Alejandro y su madre estaban discutiendo. No escuché nada, solo un murmullo lejano y el ocasional crujir de la madera bajo algún paso.
—Es admirable que una mujer joven como tú se involucre tanto en el negocio familiar —dijo mi suegro, con esa sonrisa calculada que me hacía sentir como si evaluara cada sílaba que salía de mi boca—. No todas tienen ese instinto.
—Bueno… supongo que lo aprendí en casa —respondí, bajando la vista hacia la taza de té que sostenía entre las manos.
—Claro. Tu padre siempre ha sabido moverse. Un hombre muy astuto.
Sus palabras parecían un halago, pero su tono tenía un filo extraño, como si hubiera algo más detrás. Me pregunté si todo en esa familia tenía un doble sentido o si era yo quien empezab