—¿Debemos irnos ahora? —preguntó ella, como si no deseara volver a la realidad.
Marcos miró su reloj y se encogió de hombros.
—¡No! Realmente aún es temprano. ¿Deseas hacer alguna cosa?
—Quiero sentarme sobre el pasto y ver el atardecer como cuando era una niña. —dijo soltando su mano.
—Entonces, quedémonos hasta el atardecer.
—Aquel lugar, me parece perfecto —Marta señaló la pequeña colina donde había un frondoso árbol.— Allí podremos sentarnos y ver el atardecer.
Ambos se dirigieron al hermoso lugar. Marcos se quitó la chaqueta y la colocó en el césped para que Marta pudiera sentarse cómodamente.
—¡Gracias! —dijo ella mientras se sentaba en el césped asumiendo una posición budista, la espalda recta y las manos relajadas sobre las rodillas.
Marcos sonrió, se dejó caer sobre el césped, acomodando las rodillas ligeramente flexionadas y dejando que sus brazos descansaran sobre ellas, con la vista fija en el lago.
El movimiento del agua parecía hipnotizarlos. El