Marcos subió al coche, puso el auto en marcha mientras, Marta sacaba su móvil, y colocaba sus audífonos para escuchar los mensajes de voz de su asistente. Con ello, no sólo apartaba de su mente pensamientos intensos, sino que se mantenía ocupada durante el trayecto a la clínica.
Él, en tanto, conducía enfocado en la carretera, aunque discretamente la miraba por el rabillo del ojo. Ella, podía percibirlo, y eso a ratos le generaba incomodidad, no porque no le agradara la idea de serle atractiva sino por la manera en que despertaba en ella sensaciones prohibidas.
Minutos más tarde, el coche se detuvo frente a la clínica. De la misma manera, que Marta subió al coche, descendió de él. Marcos la dejó tranquila, sólo avanzo hasta la entrada principal para abrir la pesada puerta de vidrio y darle paso.
—¡Gracias! —contestó ella.
—Siempre a tu orden —replicó él en un tono cargado de ironía.
Se detuvieron frente al elevador. Las puertas metálicas se abrieron y ambos entraron. Cada uno se