Los últimos rayos de sol comenzaban a extinguirse cuando Lorena Ortiz apretó el celular contra su oído, con los nudillos blancos de la rabia. Desde la ventana de su lujosa habitación, observaba cómo las extensas tierras de su familia se tenían de anaranjado, pero ella solo veía rojo, la rabia y el despecho la estaban consumiendo completamente.
¿Cómo podía perdonar la humillación a la que fue sometida por la culpa de la zorra de Catalina? Algo así no se podía ignorar y Catalina merecía pasar un buen susto. De una manera y otra necesitaba entender que Erick Montenegro estaba fuera de sus ligas.
—¿Están listos o necesitan que les dibuje un mapa? —espetó Lorena con burla al hombre al otro lado de la línea, mordiendo cada palabra.
—“Tranquila, princesita. Mis muchachos ya están en posición”—, respondió una voz áspera, seguida de una risa que a Lorena le puso los pelos de punta.
—Recuerden, solo lastimen a esa zorra, humillenla y hagan lo que quieran con ella, pero nada de hospitales ni hue