Sofía. Odio cada paso que doy tras él. Odio el aire que respiramos juntos. Odio recordar. Si pudiera quemarlo vivo con una sola mirada, lo haría sin pestañear. Sabine está dormida. Bones finge hacerlo. Y el resto desvía la mirada cuando el miserable de la gabardina y la máscara nos detiene al borde de las cuevas. —Una descendiente mía no debe andar por ahí, congeniando con los subordinados— declara. —No son de tu nivel, al menos mi sangre debería aceptar lo superior que es y dejar de ponerme en ridículo aceptando compañía de una puta y una mente esclavizada de un shadow. —¿Crees que cuidar "tu buen nombre" es lo que más deseo yo en la vida?— me río. —Estás muy equivocado. Me importa un jodido pepino que tu apellido quede por los suelos. Me devuelvo pero él me toma del codo. —No pongas a prueba mis límites. —En primera, no me pongas un maldit0 dedo encima—, me suelto con asco. —Segundo, tú ya rompiste los míos y si estoy aquí no es por voluntad propia. La máscara se le muev
Sofía. Soy la primera en despertar de nuevo, pero cuando me levanto, sin hacer un solo ruido, siento otra vez esos ojos sobre mí. Están ahí. Siempre están. Así que no me apresuro a nada, pese a tener prisa. Es molesto. Aun así, siento que descansé lo suficiente como para recobrar fuerzas. —Abigail hizo contacto con el antiguo lider de este territorio— escucho a Ronald, sigo recogiendo todo lo que tengo a la mano—. Ellos supieron que estabamos aquí, de no enviarla, nos darían caza y no es lo que necesitamos. —Podemos negociar con ellos. Ese apellido ha hecho desaparecer a clanes enteros, si le damos a uno debilitado como el del Dragón, nos libraremos de mucho— sugiere Sabine. —Tu plan tiene una falla— le hace ver el marido. —No se meten con nadie si no les ha hecho nada. —Lo hizo, podemos hacerle llegar información que les convenga conocer—, la vez que estuve recluida en el laboratorio para ser operada llena mi cabeza, sobre todo esa mirada que me detiene los movimientos. —Eso
Sofía. Sus labios avasallan los míos, su mano se cierra en mi cuello y no pienso, solo lo beso con el sentimiento que alberga en mi pecho y ahora le entrego. La desesperación que tiene, la comparte conmigo.No tolero la idea de alejarlo, pero tampoco quiero que lo dañen y hasta el momento no veo a nadie cerca. Aunque deseo que solo sea un sueño, porque si...—¿Te quieres suicidar?— pregunta mirando a nuestro alrededor luego de dejarme con la respiración agitada. —Esta cueva no resiste tanto peso. El suelo es delgado y colapsará. ¿Qué demonios estabas pensando?—La única salida que tenía es esa y tú...—Si llegas más allá, esto te enviará por el acantilado oeste, ¿suicidarte es tu solución?— su voz me deja claro lo furioso que está. No es necesario que me justifique, él sabe que nos llevaba a nuestra muerte y que estaba tentando a la muerte al caminar con tantos a la vez. Si Donovan trajo a su gente...el corazón se me paraliza, estas cuevas no van a resistir más si hay un kilo más sob
Sofía Castel. “¿Qué voy a hacer?”La pregunta se repite en mi cabeza una y otra vez mientras conduzco. Con cada palabra del médico, las opciones se multiplican.Pensé que la prueba estaba defectuosa, pero los análisis no mienten. Lo confirman en lugar de descartar.Donovan no quiere hijos. Lo ha dicho muchas veces. Al menos no ahora, por eso nos hemos cuidado… excepto esa vez.¡Por Dios! ¿Qué voy a hacer?Sus palabras calcinan mi mente con cada metro recorrido. A medida que pasan los segundos, lo siento más mío. Descubro ese deseo de conocerlo y, solo de imaginar que tiene sus ojos o los míos, lo quiero ver.Aún recuerdo el día en que lo conocí en aquella cafetería. Nuestro primer encuentro me hizo pensar que siempre odiaría a la arrogancia personificada que tenía frente a mí. Sin embargo, bastaron solo un par de meses para que esas miradas, tan características de él, despertaran en mí el deseo de descubrir qué secretos ocultaba su silencio.Donovan Hunt, conocido como el Dragón. Un
Sofía Castel. Al bajar los escalones, Phoenix sostiene una taza con café entre las manos, cambia el gesto tenso en cuánto me ve. —¿No es tarde para que salgas? —pregunta mirando su reloj.—Elisa quiere que pase la noche con ella. Hace mucho no voy. —miento.—Pues dile a Elisa también puede ingresar a esta casa. No sólo en la suya se pueden quedar—, deja la taza sobre una mesita. —Si tienes unos minutos quiero que hablemos sobre algo.—¿Ahora? —se me está yendo el tiempo.—Puede ser mañana, si tienes prisa. —comprende. Me da un beso en la frente y pasa de largo. Es un manipulador que sabe cómo actuar para crear culpa en alguien y que haga lo que quiere. —¿De qué se trata? —lo alcanzó en la puerta. Mira arriba de las escaleras y sonríe entrando conmigo. —Tengo diez minutos.Se sienta atrás de su escritorio, sacando un folder negro que abre.—Tienes veintidós años. Sabes cómo llegaste a esta casa. —se refiere a mi adopción. —Sin embargo; debes comprender que has sido una Castel desde
Donovan Hunt “Sofía asesinó a su padre, señor. El clan está bajo ataque.” La garganta me arde al leer las mismas palabras una y otra vez. Algo me impulsa a comprobarlo porque odio las maldit@s mentiras. Pero al intentar salir lo que veo me hace empujar la puerta y cubrirme antes de que la ráfaga de balas arrase con ella. Nunca pensé que esto me pasaría. Probablemente fui ingenuo al creer que una traición nunca llegaría a mi vida. Pero cuando veo a Ronald bajar de su auto con varios sujetos rodeando mi casa, sé que es el momento de actuar. Saco las armas y me preparo antes de abrir la puerta que conecta con el pasillo hacia las escaleras. Me muevo hacia la ventana, en donde escucho las sirenas de las patrullas a lo lejos. Hay varios autos y de cada uno descienden al menos cuatro tipos con armas. Estoy rodeado. Sé que si no salgo muerto, lo haré con esposas. —Necesito que guardes algo por mí. —hablo al tipo al otro lado de la línea que acepta, dando a entender que puede intuir lo
Sofia.La repulsión que siento por mí misma me hace pasar grandes tragos de licor, cuidando de que nadie me vea. Los recuerdos me invaden, pero ya no hay lágrimas. Quizá se debe a que vacié mi alma.Soy físicamente igual, puedo verlo en el reflejo frente a mí, pero ya no me reconozco. Cuatro años han pasado desde esa noche. Tres años, dos meses y diecisiete días desde que crucé la salida de esa cueva debido al acuerdo que hice con Abraham Myers para casarme con su hijo. Estoy fuera, pero no soy libre y tal vez, nunca lo sea. —Levanta la cabeza. Mis ojos se clavan en el dueño de esa voz. —Cinco minutos te pedí. —Vierto todo el licor del vaso en mi boca, antes de volver a mi postura. —¿No puedes vivir ese tiempo sin mí? Me cuelgo del brazo de Dylan, adoptando mi cara más enamorada. Dentro del salón nos esperan sus padres y los socios de la familia, entre los que me sumerjo cómo la pieza de colección que soy para ellos. Me repugnan todos; la forma en que se ríen, como hablan, sus
Sofía Castel.Espalda recta, cabeza en alto, cabello perfecto, imagen impecable para que la figura del gobernador Kirchner no quede por el suelo en el minuto que se acerque a mí. La máxima autoridad debe ser perfecta, tanto cómo lo son sus gustos y a saber sobre eso me dedico al atravesar la puerta sin mirar a ningún otro lado que no sea el frente. Mis pies tocan el mármol y todos están pendientes. Mi colonia se dispersa, atrayendo más miradas; me aseguré de que las feromonas fueran efectivas.Me siento en la mesa del centro manteniendo la imagen de chica descuidada hasta que la carta llega a mí. El mesero se planta a mi lado y asiento sutilmente antes de que este llene mi copa para luego retirarse. Me deja sola en lo que preparan mi pedido pasado noventa y siete segundos para que unos pies se planten frente a la mesa. Subo con lentitud hasta toparme con ese rostro conocido para mí, que sonríe pícaramente, dejando en claro que no se irá sin una respuesta afirmativa a lo que desea pr